INFRAESTRUCTURAS SOSTENIBLES


Consideramos que los recursos son limitados para invertir en cerrar nuestras brechas, tenemos la responsabilidad de hacerlo bien.

Se está hablando mucho de varios proyectos de infraestructura que son importantes para brindar mejores servicios a la gente y afianzar la competitividad de nuestra economía.

El primero es la construcción del aeropuerto de Chinchero, proyecto que tiene muchas décadas postergado y que es imprescindible por la obsolescencia del aeropuerto Velasco Astete. Continuar insistiendo en mirar otras localidades o en ampliar el Velasco Astete solo demorará más la llegada de una infraestructura fundamental para el turismo y la economía del Cusco. Sin embargo, sí tienen un punto quienes están manifestando abiertamente su preocupación por el proyecto y el deterioro del área que se empezó a generar con el solo anuncio de su concesión hace unos años.

Chinchero no es un lugar cualquiera y el impacto que tiene una infraestructura aeroportuaria sobre el entorno es relevante. Chinchero es un espacio con connotaciones arqueológicas y culturales que no podemos dejar de atender con todos los recursos humanos y financieros a disposición del Estado peruano. Así, una mirada del entorno completo, con un plan de manejo del territorio que incluya conectividad vial, zonificación para las distintas actividades humanas y económicas y que mitigue los impactos propios de una infraestructura indispensable, podría conciliar la inquietud de sus detractores con el impulso de sus promotores.

Construir un aeropuerto toma años que transcienden gobiernos y eso obliga a encontrar soluciones que le den sostenibilidad en el tiempo a la decisión de inversión que hace el Estado. Hay una agenda en este proyecto que aparentemente no se viene enfrentando y que podría poner en riesgo la continuidad del mismo.

El segundo proyecto complejo es el gasoducto del sur. En este tema, como en Chinchero, también es imprescindible una mirada más allá de la infraestructura misma y de su funcionalidad. Esta inversión multimillonaria requiere enmarcarse en definiciones sobre la política de generación y transmisión de energía en el país, buscando maximizar la rentabilidad de todo el shock de inversiones ya realizadas las últimas décadas para ofrecer energía al crecimiento que tendrán en el futuro regional como la macrorregión sur.

Muchos analistas han venido insistiendo en que se requiere una definición en este punto, que otorgue mayor predictibilidad a los inversionistas de esta importante industria que requiere inversiones muy relevantes que, además, toman años en concretarse. No nos lamentemos cuando la región sur despegue económicamente y sus industrias no tengan la energía que requieran para sostener este crecimiento.

Están también el agua y los aniegos que hace pocas semanas afectaron a zonas de San Juan de Lurigancho, con el impacto en la calidad de vida y la salubridad de su población. Nuevamente se ha puesto en debate cómo se debe manejar la provisión de servicios de agua potable y alcantarillado y han surgido desde los promotores de reiniciar procesos de privatización extremos que impliquen la venta de Sedapal, hasta quienes sostienen que este servicio no debe ser intervenido por la inversión privada bajo ningún concepto y que basta con reestructurar la empresa.

Lo cierto es que involucrar gestión privada permitiría ampliar la cobertura, mejorar la calidad y darle al ciudadano un derecho que hoy no tiene: quejarse ante una empresa que es responsable ante un regulador que le impone multas y exige cumplimientos de contratos. Es entregarle al ciudadano el derecho humano de exigir servicios públicos de calidad a precios competitivos y con estándares adecuados.

Lima tiene un riesgo inminente de escasez de agua y seguimos teniendo desperdicios que son inaceptables teniendo en cuenta esta contingencia, a la que debemos sumar el doloroso dato que las personas de menores recursos son las que pagan hoy mayores precios por agua de peor calidad.

No podemos esperar a tener racionamientos y continuar tranquilos viendo cómo tantos limeños compran agua de cisternas. Es inaceptable.

Este es otro ejemplo de que cuando se trata de infraestructura tenemos que mirar dónde queremos estar en 5,10 y 20 años y no resolver sobre la marcha problemas específicos. En el caso de Sedapal, discutir sobre cómo gerenciarla mejor no es una opción.

Debemos entender que el futuro depara escasez, que la ciudad continuará creciendo y que la cobertura hoy ya es precaria y será peor los próximos años.

La sostenibilidad en infraestructura no es solo pensar en carreteras que soporten los vehículos eléctricos o auto conducidos o en la resiliencia de estos proyectos frente a un clima cada vez más complejo de predecir. Supone mirar también los entornos sociales, regulatorios y económicos de una región o zona específica, de una industria completa o de las poblaciones impactadas.

Mirar las tendencias de desarrollos regionales, de migración de la población y el crecimiento de las ciudades no es sencillo, pero teniendo en cuenta los recursos limitados para invertir en cerrar nuestras brechas de infraestructura, tenemos la responsabilidad de hacerlo bien.

Publicado en Gestión, 1 de marzo del 2019.