YA VIENEN LOS ROBOTAXIS
Parte de este artículo fue escrita en el asiento trasero de un taxi sin chofer Waymo que, con pasmosa serenidad, recorrió las colinas de San Francisco. Al igual que la app ChatGPT, los vehículos autónomos son una de las maravillas de la inteligencia artificial (IA) que asombran porque parecen tan extraños y luego vuelven a asombrar porque se convierten en algo habitual. Pero su rareza es excéntrica en lugar de atemorizante.
El robotaxi responde al toque del botón de una app. Al no contar con un chofer con quien hacer contacto visual, el usuario tiene que caminar hasta que el vehículo encuentre un punto seguro donde estacionarse. Una vez dentro, una voz aconseja que si bien la experiencia es "futurista", hay que abrocharse el cinturón de seguridad. Entonces, el timón comienza a moverse suavemente y el auto avanza a una velocidad suficientemente constante para usar la laptop sin sentirse mareado.
Esta parte de la "revolución IA" aún no alcanza la vertiginosa escala de ChatGPT. Los vehículos autónomos son IA en el ámbito físico y no en el digital, y cualquier error que cometa un robotaxi podría ser fatal. Es por ello que la seguridad, no la velocidad, es primordial. Pero cuando uno se acostumbra, es fácil imaginar un futuro con taxis autónomos, donde se pueda trabajar, ver videos o dormitaren medio de un embotellamiento, o los turistas puedan disfrutar sin tener que hablar el idioma local. Las preguntas son: ¿cuán lejos está ese futuro?, ¿cuál será el costo?
Una respuesta inmediata a la primera pregunta es que aún no hay señales, ni siquiera en el distópico centro de San Francisco. Tras llegar allí, en tren desde el aeropuerto, este columnista intentó llamar un Waymo, pero es un área donde los robotaxis todavía temen pisar, así que tuvo que usar un Uber.
Tras años de pruebas, Waymo (propiedad de Alphabet) y su rival Cruise (cuya mayoría pertenece a General Motors) recibieron la autorización de los reguladores de California, en agosto, para ofrecer servicios de taxi sin chofer en San Francisco las 24 horas del día. Pero aún no tienen permiso para el aeropuerto, lo que indica lo cautelosos que permanecen los supervisores. Ambas operan en partes de Arizona y se están expandiendo a más ciudades estadounidenses.
No obstante, el caso de San Francisco sugiere que los taxis autónomos no se harán omnipresentes, como sí ocurrió con los Uber o las patinetas eléctricas en la década del 2010. La rapidez de su proliferación dependerá mucho de la tecnología. Cruise y Waymo usan una combi- nación de mapas detallados, sensores e IA para alcanzar completa autonomía, pero solo en las áreas delimitadas donde son adiestrados. Eso significa que avanzan paso a paso.
Tesla espera ingresar a ese mercado con tecnología FSD, que aprende más a medida que el auto viaja más, y no usa mapas sino cámaras y potencia computacional para simular los ojos y el cerebro del chofer. Pero, por ahora, esa tecnología requiere demasiadas intervenciones humanas como para competir con Cruise y Waymo.
En cuanto a los costos, los hay empresariales y sociales. Ambas marcas tienen alrededor de 500 autos en las calles de San Francisco, una fracción de los taxis por app. El servicio tendría que ser menos caro que un taxi convencional para atraer a las masas, así que es probable que las marcas operen a pérdida por un tiempo. Para fines de año, Waymo y Uber tienen previsto lanzar tecnología autónoma para usuarios de la plataforma Uber en Phoenix, Arizona. Suena prometedor.
Kersten Heineke, socio de la consultora McKinsey, señala que Waymo puede sacar provecho del acceso a la base de usuarios de Uber, mientras que esta puede comenzar a abordar las limitaciones a su expansión causada por la falta de choferes. Pero la tecnología autónoma tendrá que ser aplicada a gran escala para ser eficiente en costos. Los costos sociales son más difíciles de medir.
Waymo dice que tiene 100,000 pasajeros potenciales en una lista de espera en San Francisco, cuya población es de 800,000 habitantes, lo que indica una demanda oculta. Pero también hay escepticismo. Los medios se enfocan, sobre todo, en reveses, como cuando los robo taxis se inmovilizan en masa. Un grupo contrario a los autos, llamado Safe Street Rebel, halló un modo sencillo de desactivar los vehículos.
También hay inquietudes más sutiles. Manejar genera química entre los humanos, basada en una mezcla de preservación y confianza. Los robots serán más seguros, pero podría ser a costa de la interacción humana. Y es probable que la tecnología autónoma extinga la profesión de taxista, destruyendo una valiosa fuente de ingresos y de conocimiento de la cultura local.
Este columnista le preguntó a Aleksandr, chofer ucraniano de Uber en San Francisco, qué opinaba del futuro sin choferes y, sorpresivamente, sus ojos se iluminaron. Dijo que compraría un vehículo autónomo y lo usaría para taxi las 24 horas, tres veces más de lo que trabaja al día. "Yo no haré casi nada mientras que el auto hará dinero para mí", respondió. "Tal como hace Uber".
Autor: The Economist. Publicado en Gestión- pag.23, 7 de setiembre del 2023.