NUEVA ERA INNOVADORA
Durante gran parte de la década pasada, el ritmo de la innovación decepcionó a muchos, en especial a los economistas.
El crecimiento de la productividad fue mediocre y los eventos más populares, el smartphone y las redes sociales, no parecieron ayudar mucho, y se hicieron manifiestos sus efectos colaterales, como la creación de poderosos monopolios y la contaminación de la libre expresión. Y se estancaron tecnologías prometedoras, como los autos autónomos. Hubo pesimistas alertando que el mundo se quedaba sin ideas útiles.
Pero hoy se está viendo un renacer del optimismo tecnológico.
Avances sobresalientes, un boom de inversión en el sector y la adopción de tecnologías digitales durante la pandemia están despertando esperanzas en una nueva era de progreso. El pesimismo de la década pasada era exagerado y también lo es la predicción de una Utopía tecnológica, aunque si existe una posibilidad realista de innovaciones que podrían mejorar los estándares de vida, especialmente si los gobiernos ayudan a que las nuevas tecnologías prosperen.
En la historia del capitalismo, el rápido avance tecnológico ha sido la norma, pero se ralentizó en la década de 1970, medido como aumento de la productividad. Su impacto económico fue disimulado por el ingreso de la mujer a la fuerza laboral y, en los años 90, la adopción de las PC fue seguida de grandes mejoras en eficiencia. Pero vino otro decaimiento luego del 2000.
Hay tres motivos para pensar que ese "gran estancamiento" podría estar terminado. El primero es la oleada de recientes descubrimientos con potencial transformador. El éxito de las técnicas detrás de las vacunas de Pfizer-BioTech y Moderna muestra cómo la ciencia continúa empoderando la medicina. Los humanos están ganando capacidad para manipular la biología, ya sea para tratar enfermedades, editar genes o "cultivar" carne en un laboratorio.
Por fin, la inteligencia artificial está desplegando un progreso impresionante. Por ejemplo, un programa creado por una subsidiaria de Alphabet ha mostrado una notable capacidad para predecir la estructura de proteínas. Y las resonantes caídas en el precio de la energía renovable están brindando a los gobiernos confianza en que sus inversiones verdes serán rentables.
El segundo motivo es el boom de inversión tecnológica. En el segundo y tercer trimestre del 2020, el sector privada de Estados Unidos gastó más en computadoras, software e I+D que en edificios y equipos industriales por primera vez en más de una década. Hay gobiernos dispuestos a dar más dinero a los científicos: tras contraerse por años, el gasto público en I+D en 24 países de la OCDE, comenzó a crecer el 2017. En tanto, el entusiasmo de los inversionistas ahora se extiende a diagnósticos médicos, logística, biotecnología y semiconductores.
La tercera fuente de optimismo es la rápida adopción de nuevas tecnologías. No se trata únicamente de las videoconferencias y el e-commerce, pues la pandemia también ha acelerado la adopción de pagos digitales, telemedicina y automatización industrial. Ha sido un recordatorio de que la adversidad suele forzar a las sociedades a progresar. La lucha contra el cambio climático y la competencia entre Estados Unidos y China podría estimular más pasos audaces.
Desafortunadamente, la innovación no hará que los países superen los lastres estructurales de su crecimiento. El aumento de ingresos hace que se gaste más en servicios intensivos en trabajo, como restaurantes, en los que la productividad es magra. La descarbonización no impulsará el crecimiento a largo plazo a menos que la energía verde materialice su potencial de ser más barata que los combustibles fósiles.
Sin embargo, es razonable esperar una nueva ola que revierta la caída del dinamismo económico, que sería responsable de 20% del enfriamiento registrado este siglo. Quizás se pueda lograr más porque muchos servicios, como salud y educación, se beneficiarían enormemente con más innovación. A la larga, la biología sintética, la inteligencia artificial y la robótica podrían ponerle fin a cómo se hace casi todo.
Aunque el sector privado determinará qué innovaciones triunfarán o fracasarán, los gobiernos tienen un rol importante. Deben asumir los riesgos en más proyectos osados y ofrecer más y mejores subsidios para I+D. También poseen gran influencia sobre cuán rápido las innovaciones se propagan y necesitan asegurarse de que la regulación y el lobby no ralenticen las mejoras.
La innovación está concentrada en muy pocas empresas, de modo que para asegurar el conjunto de la economía se beneficie de las nuevas tecnologías requerirá de una robusta vigilancia antimonopolio y regímenes de propiedad intelectual menos rígidos. Si los gobiernos están a la altura del reto, tendrán a su alcance un mayor crecimiento y mejores estándares de vida, con lo cual podrán desafiar a los pesimistas. La década del 2020 comenzó con un llanto de dolor, pero con las políticas gubernamentales correctas, podría convertirse en un éxito espectacular.
Publicado en Gestión, 19 de enero del 2021.