CORTACIRCUITOS

La guerra comercial entre Estados Unidos y China podría convertirse en una guerra tecnológica.

Cuando las conversaciones entre Estados Unidos y China fracasaron, el 10 de mayo, los mercados financieros permanecieron en silencio. Es que la mayoría apuesta por una prolongada lucha entre las superpotencias, no por una crisis repentina o pánico financiero. Sin embargo, a medida que escala el conflicto en torno al sector tecnológico, dicho supuesto resulta cuestionable.

El 15 de mayo, el Departamento de comercio de Estados Unidos anunció que las empresas necesitarán una licencia especial para hacer negocios con Huawei, la gigante electrónica china, pues la considera una amenaza para los intereses estadounidenses -el 20 de mayo señaló que la orden tendría efecto dentro de 90 días-. Temores de que otras tecnológicas chinas sean incluidas en la lista negra han afectado la cotización de sus acciones. El violento shock para el que se prepara este sector provocará una reacción en cadena.

Los halcones en la Casa Blanca quizás crean que aislar al sector tecnológico chino ralentizará el desarrollo de mediano plazo de ese país y que se trata de una buena táctica de negociación, dado que China tiene más que perder en el corto plazo. No obstante, las brutales repercusiones de una guerra tecnológica serían rápidamente sentidas por los mercados financieros, así como por los aliados estadounidenses y los consumidores del mundo. En el largo plazo, hasta podría hacer autosuficiente a China.

La confrontación comenzó el 28 de abril, cuando Estados Unidos puso en la lista negra a ZTE, una firma china de hardware, por violar las sanciones impuestas contra Corea del Norte e Irán. La medida dictada contra Huawei vino después de una campaña para que los aliados estadounidenses dejen de usar sus equipos 5G. Es probable que haya más.

Según The New York Times, se incluirá a Hikvision, que fabrica sistemas usados para vigilar a la minoría étnica uigur. Proveedores y clientes están cortando lazos con esas firmas. Google y la británica Arm, que diseña chips, han dicho que limitarán sus suministros a Huawei. Empresas de telecomunicaciones en Reino Unido y Japón han indicado que dejarán de vender algunos teléfonos de la marca china.

Este caso es un recordatorio del enorme poder de Estado Unidos.

Al prohibir que empresas foráneas usen su propiedad intelectual y su sistema financiero, puede sacarlas del mercado. La casa Blanca tiene razón en creer que la factura de una guerra comercial será asimétrica al inicio. Quizás las empresas estadounidenses pierdan US$ 10,000 millones al año en ingresos por licencias, peor gran parte de la manufactura china de hardware depende de los componentes estadounidenses, que no pueden ser fabricados localmente.

Los inventarios de Huawei solo duran 80 días y tiene 188,000 trabajadores. Un hiato en el comercio de bienes tecnológicos causaría enormes pérdidas de empleo en las ciudades costeras chinas. El sector tecnológico no es como otros, como acero o soya, que obsesionan a los guerreros comerciales de la Casa Blanca. Su cadena de suministros es tan compleja que se asemeja al interconectado sistema financiero global que existía antes de la crisis de 20077-08.

Las firmas de hardware de todo el mundo, que dependen mayormente de la producción en China, tienen un valor de mercado total de US$ 5 millones de millones.

Apple, que obtiene el 20% de sus ganancias de China, podría verse vetada o sus productos boicoteados. Su gran dotación de efectivo podría salvarla del shock, pero sus acciones se derrumbarían.

El efecto dominó afectaría a los aliados estadounidenses en Asia, pues tienen fábrica que proveen a los hubs tecnólogicos chinos y albergan empresas que operan en ese país. En el 2017, los componentes para smartphones representaban más del 16% de las exportaciones de Malasia y más del 33% en Taiwán. Dos gigantes taiwanesas -una fábrica chips y la otra ensambla dispositivos-, se sitúan en la línea divisoria de la guerra fría tecnológica pues producen y tienen clientes en China y Estados Unidos.

Lo mismo ocurre con la campeona surcoreana, Samsung. Los aliados estadounidenses enfrentaban una difícil prueba de lealtad.

Los consumidores también sufrirán. Hasta ahora, el costo de la guerra comercial ha estado disfrazado porque los aranceles están siendo absorbidos por los productores o cargados a los consumidores. Pero ahora la factura se hará visible. Huawei ha vendido 300 millones de teléfonos fuera de China los últimos cinco años y sus compradores podrían descubrir que sus móviles ya no funcionan bien. E imagínense que los estadounidenses ya no puedan adquirir iPhones hechos en China.

El costo de una ruptura hará probable que ambos bandos retrocedan. No obstante, la confrontación acelerará la carrera para desarrollar capacidad doméstica en otros países para proveer a China de tecnología vital -y a cualquier otra potencia en ciernes, incluida India-.

El poder de Estados Unidos sobre la economía digital le permite imponer su voluntad, pero descargar tan torpemente ese poder precipitará el final de ese dominio.

Publicado en El Comercio, 28 de mayo del 2019.