EL ESPÍA QUE ME CONTRATÓ

Cuando los programas de mejora de la salud implementados por el empleador van demasiado lejos.


El cambio del año es el momento en que las personas se comprometen a mejorar su estado físico. Se inscriben en el gimnasio, juran que dejarán el trago y adoptan dietas "detox" (desintoxicantes). Lo usual es que estas promesas no perduren más allá de enero. Pero algunos empleadores tratan de asistir a sus trabajadores para que mantengan sus metas y les ofrecen programas de "wellness" (bienestar).

Uno de los ejemplos más longevos se inició en 1979 en la compañía estadounidense de cuidado de la salud Johnson & Johnson (J&J). Su plan promueve la pérdida de peso, el abandono del tabaquismo y esfuerzos para reducir la presión arterial.

La compañía afirma que el plan reduce los costos médicos en US$ 400 por el empleado al año, y resulta en un número inferior de enfermedades cardíacas o alta presión arterial.

No obstante, una examinación de la data para el periodo 2005-08 realizada el 2015 por Martin Cherniack, de la Universidad de Connecticut, halló un notable aumento en el consumo de alcohol, depresión y estrés entre empleados de J&J. Esto coincidió con un periodo durante el cual la compañía tenía como meta el incremento de la productividad en 9% anual. O sea que quizá los trabajadores estaban en mejor forma física, pero es posible que la presión para que produzcan más elevaba su estrés.

Esto indica que el bienestar del trabajador es un aspecto más complejo que abordarlo mediante un programa orientado al ejercicio físico y la vida saludable. Un estudio del centro de investigación RAND Europe encontró que malos hábitos como fumar o consumir alcohol no estaban asociados con la baja productividad, en tanto que los trabajdores obesos no tenían mayor probabilidad que el resto de ausentarse del centro de labores.

Los principales problemas de productividad estaban asociados con la falta de sueño, tribulaciones financieras y salud mental -factores que estarían directamente relacionados con el estrés laboral-.

Parece razonable que las empresas esperen algún nivel de retorno económico por sus programas de wellness. Pero ese toma y daca no debería ser tan evidente.

Hacer que los trabajadores mejoren su condición física a fin de que trabajen más duro es como hacer entrenar a la infantería en un simulacro de ataque y luego enviarla a enfrentarse a las ametralladoras. Un mejor impacto sobre la moral -y por ende, sobre la productividad- podría ocurrir si los trabajadores sintiesen que sus gerentes tienen un interés genuino en su bienestar.

Cualquier programa que intente alterar el comportamiento de los trabajdores en sus hogares también plantea cuestionamientos en torno a la privacidad. Existe una larga tradición de empleadores que asumen una actitud extremadamente paternalista con su personal. El filántropo victoriano Titus Salt construyó una villa modelo para sus trabajadores, pero prohibió consumir alcohol, fumar en las calles y "malas conductas".

Por su parte, el fabricante de autos Henry Ford tenía un "departamento de sociología" que hacía llamadas telefónicas inopinadas a sus trabajadores para monitorear su estilo de vida, quienes no cumplían los requisitos establecidos recibían salarios más bajos.

El equivalente contemporáneo de esas prácticas gira alrededor de la tecnología. Algunas empresas persuaden a sus trabajadores para que usen un rastreador electrónico Fitbit y otro dispositivo que monitoree aspectos como nivel de ejercicio físico, ritmo cardíaco y patrones de sueño. La petrolera BP America adoptó los Fitbit el 2013. Quienes alcanzan ciertas metas, tales como subir y bajar 1 millón de escalones al año, reciben beneficios médicos adicionales.

En un sistema de salud como el estadounidense, que depende de los seguros privados, tales incentivos podrían justificarse, siempre que sean voluntarios.

También sucede en los seguros vehiculares, donde los dueños de autos pagan menores primas si aceptan ser monitoreados cuando conducen. Pero es menos justificable en un país como Reino Unido, que tiene un servicio de salud estatal.

Pese a ello, el 2017 hubo un salto de 37% en el número de trabajadores británicos cuyos empleadores les ofrecieron dispositivos de rastreo. Sin embargo, mucha gente podría considerar que tienen un espía en sus muñecas que trasmite información a sus jefes. Una encuesta de PWC del 2016 halló que el 38% de empleados británicos no confiaba en el uso que las empresas hacían de la data recolectada con el propósito de beneficiarlos.

Por lo menos, uno puede quitarse el Fitbit -algunos, a fin de mejorar sus registros de actividad física, los ataron a sus perros-. Empresas como la agencia de comunicación sueca Mindshare y la tecnológica estadounidense Three Square Market, ya han avanzado a la siguiente etapa: implantar un microship bajo la piel de sus trabajadores.

Sus portadores pueden usarlos como identificación o para comprar comida en la cafetería. Pero a cambio, ¿qué pierden? No hay nada malo en que los empleadores ofrezcan un poco de entrenamiento físico, pero nadie quiere que su jefe se convierta en un acosador.

Publicado en Gestión, 8 de enero del 2019..