REGIÓN AYACUCHO

DÍAS DE COLOR E HISTORIA

 

El imponente sitio arqueológico Wari, el arte en arcilla de los alfareros de Quinua y las pampas donde se libró la batalla que sellara la independencia del Perú y América, son argumentos más que suficientes para programar en su agenda un viaje a Ayacucho.

 

 

ROLLY VALDIVIA

Llegué un día antes del pasacalle carnavalesco, pues mis planes se centran no solo en el jolgorio de esta celebración. Quiero hacer una ruta que me aproxime a la historia ayacuchana y que, también, me permita apreciar sus sublimes paisajes, una ruta que fácilmente cualquier visitante que recale en estas fechas haga sin dificultad.

"¿Quieres contactarte con la historia ayacuchana?", pregunta Pepe, al notar mi interés. Y, sin esperar mi respuesta, concluye: "Pues, sé a dónde debemos ir. Una ruta donde hay paisajes, historia y un pueblo cuya artesanía es de admirar". Vamos al noreste de la ciudad y, en minutos, el paisaje de postal invade todo con un verdor impactante, la magia de viajar en la época de lluvias.

Habla la historia

Toda esta zona estuvo habitada desde tiempos inmemoriales. Dicen que desde hace más de 20,000 años y que las evidencias se han encontrado en abrigos rocosos y cuevas repartidas en los cerros que se levantan alrededor. Nos detenemos unos minutos para mirar, a lo lejos, un gran boquete, Pikimachay. En esta cueva, el arqueólogo norteamericano Richard Mc Neish descubrió huesos y herramientas líticas que datarían de aquellos lejanos años.

Las nubes se van juntando, haciendo palidecer el azul del cielo. Pepe toca mi hombro y, con seguridad, afirma: "No te preocupes, no lloverá. Hoy día, no lloverá". Le creo. Kilómetros más allá, llegamos a uno de los emblemas históricos de Ayacucho. El lugar desde donde se desarrolló una de las culturas más poderosas del antiguo Perú, la cual prevaleció desde el 550 hasta 1200 d. C.

Hemos llegado a Wari, la capital de aquel imperio que se extendió desde la actual Cajamarca, en el norte, hasta una buena parte de Moquegua, en el sur, llegando a penetrar, hacia el este, en la mismísima selva amazónica. Desde la ciudad de Ayacucho, unos 22 kilómetros por una buena carretera, contactan en media hora con este antiguo centro urbano prehispánico.

Recomiendan visitar primero el museo de sitio, para tener una visión sobre los pormenores de los wari, con parte de lo descubierto en las excavaciones. Obedezco y, cual estudiante aplicado, me dejo sorprender ante vasijas de cerámica, objetos líticos, textilería y la más completa información de esta legendaria sociedad.
Por cierto, comentan que nadie sabe el nombre original de todo este lugar y, por ende, del imperio. ¿Y Wari? Bueno, esa es una palabra que, en quechua o runa simi, significa 'antiguo'. Así denominaron, desde la época inca, a todos estos vestigios; lugar de los wari, es decir, de los antiguos.

Momento de recorrer la gran extensión de esta vieja urbe. Allá arriba, las nubes dan paso al sol, permitiéndole brillar con fuerza, lo que, fotográficamente, agradezco.
En la gran explanada, de unas 2,000 hectáreas, van surgiendo altos muros de piedra que encierran una miríada de edificaciones. Por ahí comentan que, en su época de apogeo, esta ciudad pudo albergar unos 60,000 habitantes. Los estudios afirman que, debido a su envergadura, este lugar sería la capital del antiquísimo imperio.

La magia de Quinua

Son casi la una de la tarde y dejamos Wari. A solo minutos, el almuerzo espera en Quinua, un pueblito que parece de fábula, donde la tranquilidad se mece entre la modorra del tiempo y la artesanía que surge de las manos de maestros como Máximo Límaco, Mamerto Sánchez, Juan Rojas, Leoncio Tineo y muchos más, quienes realmente hacen magia con la arcilla. Esa es la razón por la que a Quinua la llaman, merecidamente, 'pueblo de artesanos'.

La atmósfera se impregna de tentadores aromas que emanan de la cocina de un restaurante. Qapchi, puca picante y, como estamos en carnavales, el tradicional puchero, alma culinaria de esta festividad, desfilan para satisfacción de nuestro hambriento paladar. El banquete es acompañado por la deliciosa chicha de jora, la que tomamos con precaución. Ustedes me entienden.

Satisfechos. Ahora, para bajar algo la comilona, viene bien una caminata de kilómetro y medio hacia un respetable lugar que marcó la historia peruana: las pampas de Ayacucho. Así es, en este rincón, dominado por una extensa pampa, un histórico 9 de diciembre de 1824 se libró la batalla de Ayacucho, la que selló la independencia del Perú.

El viento helado ulula y golpea fuerte. A un lado, el enorme obelisco blanco, que simboliza y recuerda aquella gesta, se yergue imperturbable. Es el ícono que no solo representa el triunfo independentista, sino también el espíritu aguerrido de los ayacuchanos. Mientras recorremos el paraje, la tarde se precipita y las nubes juegan en el cielo, ocultando por momentos al sol, que ya está en el oeste. Hora de retornar a la ciudad.

Algunos grupos recorren las calles, ensayando para el día siguiente, que será el desfile de las bullangueras comparsas. Toda la plaza será tomada por danzantes y músicos que llenarán de melodía y color estos días festivos. La mayoría está de asueto. ¡Total, es carnaval, señoras y señores! A sacar las serpentinas, el talco, solo queda divertirse, por ahora. Nada más que divertirse.


Publicado en Lo Nuestro, 15 de febrero de 2017