AUTOR: Pat Mooney
Se habla mucho de la agricultura “climáticamente inteligente”, sin embargo es el dinero inteligente quien está usando la crisis del clima para controlar un espectro aún más amplio de insumos agrícolas. A menos que los reguladores antimonopolios muestren la autoridad que han escondido las últimas cuatro décadas, la cuestionada operación de $45 mil millones de dólares en la que Monsanto (número 1 global en semillas y número 5 en pesticidas) apuesta por adueñarse de Syngenta, (número 1 en pesticidas y número 3 en semillas) llevará a esas dos empresas a controlar 54% de las ventas comerciales de semillas y una tercera parte del merado mundial de pesticidas. Mientras los reguladores se enfocan en las dos corporaciones agrícolas, los agricultores y nosotros, a quienes nos gusta la comida de verdad, debemos fijarnos en las consecuencias que podría traer esta fusión, al menos en tres aspectos importantes.
Los seis compadres: En primer lugar, el mercado global de semillas y pesticidas está dominado por únicamente seis compañías que, juntas, controlan 75% de los insumos agrícolas. Si una fusión como la de Monsanto-Syngenta se hace realidad, no quedarán más de cinco gigantes — o posiblemente menos — una vez que pase la polvareda, lo que significa que el nivel de concentración en el sector agrario aumentará significativamente.
Si la corporación suiza Syngenta se mantiene firme y sigue rechazando la presión de Monsanto, la empresa de San Louis Missouri podría hacer trato con BASF en Alemania. BASF es la número tres en plaguicidas y ha ido construyendo sigilosamente sus intereses en el sector semillero en los últimos años. Al igual que Syngenta, BASF podría ofrecer a Monsanto un arreglo fiscal muy bueno (o sea, eludir impuestos) si trasladara a Europa su sede. En Estados Unidos, Monsanto paga entre 28 y 31 % de sus ingresos en impuestos, mientras que las compañías europeas tienen que desembolsar 15% aproximadamente. Pero no podemos hacernos la imagen completa sin contar con Bayer, DuPont y Dow —tres importantísimas compañías químicas con intereses muy importantes en el sector de pesticidas y fitomejoramiento. No querrán ser testigos mudos. Si cualquiera de las seis empresas adquiere otra, veremos una cascada de fusiones y remates que podrían ocurrir los próximos meses o años. Como si faltara algo, al fondo se encuentra ChemChina, empresa que está buscando convertirse en jugador global.
Cualquiera que sea el resultado del jaloneo de la compra venta, los agricultores y los consumidores seremos los perdedores. En los últimos meses, la prensa financiera ha reportado una nueva ola de adquisiciones que atraviesan varios sectores de alta tecnología. Además de ahorrarse impuestos, un primer objetivo de las operaciones es reducir la inversión en investigación y desarrollo. Las grandes compañías históricamente son menos innovadoras que las pequeñas. El otro objetivo, más “tradicional” es aumentar su poder de mercado. Entre más grande la empresa es más difícil caer en las manos de los reguladores y es más fácil entenderse con los políticos, razón por la cual gastan tanto más en relaciones públicas y menos en investigación y desarrollo.
¿Gli-fosfatos? Otro ángulo para analizar estas fusiones es desde la perspectiva de la industria de los insumos agrícolas, donde cada aspecto del proceso implica ahora el uso de bases de datos patentadas, información que va de la semilla a los suelos y los tractores. Cuando en los años setenta las compañías de pesticidas reconocieron las sinergias posibles al aliarse con las semilleras, dejaron listo el escenario para los organismos genéticamente modificados (OGM) tolerantes a herbicidas, protegidos por patentes. Hoy prácticamente todas las semillas transgénicas están diseñadas para resistir a los herbicidas, y la integración de esas semillas y los agroquímicos que necesitan es prácticamente universal. Sin embargo, las compañías que controlan el otro gran insumo para el trabajo agrícola, los fertilizantes, no entraron en aquel entonces al frenesí por las fusiones.
Los fertilizantes son una mercancía que se vende a granel, a diferencia de la biotecnología para el fitomejoramiento y el desarrollo de pesticidas. Tal vez no veamos ahora paquetes de “gli-fosfatos” pero todo camina hacia allá. Las enormes empresas de fertilizantes sienten la presión de los gobiernos y los defensores del ambiente por los cada vez mayores escurrimientos tóxicos hacia los ríos y los océanos, pues menos de la mitad de los fertilizantes que se aplican llegan a los cultivos. Las compañías de fertilizantes protegerán su futuro amarrándose con los otros sectores de insumos.
¿Parcelas inteligentes? En los años recientes Monsanto gastó al menos mil millones de dólares comprando dos compañías de alta tecnología de monitoreo climático. Incluso uno de sus ejecutivos se atrevió a decir que Monsanto podría ser conocida en cinco o diez años como una corporación de tecnologías de la información. Ahora mismo Monsanto asegura que cuenta con información histórica detallada sobre 30 millones de campos agrícolas en Estados Unidos, con el acercamiento a unidades de 10 x 10 metros. Desde que compró Climate Corp., que usa satélites y naves aéreas para monitorear parcelas y vender seguros para la cosecha, Monsanto incrementó la base de sus clientes gracias a su plataforma “Climate Basic” (clima básico) que cubre más de una tercera parte de toda la tierra agrícola en Estados Unidos e intenta extender su monitoreo a todo el planeta.
En 2014, la compañía presentó FieldScripts, un “servicio de monitoreo” basado en información del cinturón cerealero de Estados Unidos –un primer paso en las anheladas alianzas con otros sectores de insumos, que incluyen a las compañías de maquinaria agrícola. Para la siembra de 2014, la compañía de fertilizantes más grande del mundo, Agrium Inc., se asoció con Monsanto para ofrecer la plataforma “Climate Pro” a sus clientes minoristas en Estados Unidos.
Cuando una sola compañía vende la semilla, sabe la prevalencia de las plagas y vende el plaguicida, sabe además las condiciones locales de los suelos y con ello administra el fertilizante, además de predecir las condiciones del clima y con ello vende el seguro para la cosecha, comienzan a perder sentido las nociones “inter-sectorial” o “anti-monopolio”.
Agro-robot: Existe aún otra perspectiva. Tres grandes empresas, encabezadas por John Deere, controlan 77% del mercado mundial de maquinaria agrícola, con valor de $65 mil millones de dólares. Las tres están desarrollando máquinas robóticas para el trabajo agrícola, diseñadas para dispensar semillas, plaguicidas y fertilizantes y todas están compitiendo por lograr el control metro por metro de las parcelas. En el corto plazo las semillas de Monsanto, los pesticidas de Syngenta y los fertilizantes de Agrium podrían terminar dentro de un tracto-robot de John Deere controlado por drones y desde los satélites comerciales. Las empresas de maquinaria agrícola son casi lo doble de grandes que sus aliadas de semillas y plaguicidas. El dinero “inteligente” aconseja que, si hay que apostar, consideremos que tal vez para 2020 las máquinas robóticas dispensadoras de semillas, fertilizantes y plaguicidas dominarán las parcelas. A inicios de mayo, la Administración de Aviación de Estados Unidos (US Federal Aviation Administration) aprobó el uso doméstico de drones, con el tamaño necesario para cargar una “ración” de fertilizante y pesticida. (Dichos modelos pesan solamente 90 kilos).
“Climáticamente inteligente”: Según los promotores de la llamada “agricultura climáticamente inteligente”, esas son exactamente las tecnologías que los gobiernos van a necesitar si quieren seguridad alimentaria en medio del caos climático. Hacerse de la vista gorda para que se reduzca la competencia es un precio bajo por obtener el dinero de las grandes corporaciones y la inteligencia detrás de investigaciones de alto riesgo. “Climáticamente inteligente” es una noción que lleva unos diez años en el aire, pero básicamente ha sido eso, aire. Para el CGIAR, el Grupo Consultivo de Investigación Agrícola Internacional de la Revolución Verde, por ejemplo, lo climáticamente inteligente ha significado poner etiquetas nuevas a investigaciones viejas sobre la resistencia al estrés. Para el sector privado, implica participar del frenesí por las patentes sobre caracteres genéticos para la tolerancia al estrés abiótico (como sequía, calor o salinidad). Pero este frenesí es reciente. La enorme atención que por décadas las grandes empresas han puesto en la tolerancia a los herbicidas hizo que descuidaran o ignoraran el desarrollo de caracteres mucho más importantes para la resistencia al estrés, y de hecho han contribuido a erosionar la resiliencia de los cultivos. El cambio hacia los caracteres “climáticamente inteligentes” convierte las fallas de la biotecnología en virtudes (léase ventajas comerciales) y les permite recuperar tiempo perdido. También les ayuda a colocar una batería de técnicas de biotecnología (transgénicos en esteroides) con las que esperan evadir las regulaciones existentes, que sólo se refieren a las semillas transgénicas “convencionales”.
Lo que nos regresa al problema inicial de la fusión Monsanto/Syngenta. Desde los noventa, Monsanto se ha promocionado como una compañía verde de biociencias, que desarrolla cultivos transgénicos para reducir la dependencia a los plaguicidas tóxicos. Las variedades de cultivos tolerantes a los herbicidas, se suponía que permitirían a los agricultores a usar menos químicos tóxicos, requiriendo así menos combustibles fósiles. En los meses recientes, sin embargo diversos estudios científicos están concluyendo que no solo las plagas y enfermedades se han vuelto resistentes a las variedades de Monsanto, sino que el herbicida de esa empresa “Roundup” (a base de glifosato), según la Organización Mundial de la Salud, es “probablemente carcinogénico.”Con el estancamiento de las ventas de semillas y el fortalecimiento de las malezas, el intento de Monsanto por apoderarse de Syngenta se interpreta como un movimiento para proteger sus ganancias incorporando una mayor “protección química” para sus variedades. Puesto que el éxito del Roundup Ready está llegando a su fin, Monsanto quiere ahora volverse “climáticamente inteligente” y los magos de la tecnología que fallaron con las aplicaciones biológicas se están moviendo hacia las tecnologías de vigilancia. Monsanto puede o no asociarse con John Deere, pero todos nosotros, a los que aún nos gusta comer, podríamos perder mucho si no se rompe el monopolio de lo mega monstruos agrícolas.
Fuente: Eco- Sitio (08 de Junio de 2015)