AUTOR: Alejandro Martinez Gallardo
Hemos perdido oscuridad y la relación, antes sagrada, con la luz del cosmos nocturno; esto afecta nuestra percepción y nuestra capacidad de ver el mundo desde una perspectiva de sosiego filosófico y conexión con la dinámica de los astros.
Esta imagen invita a reflexionar sobre los efectos del llamado “progreso humano”, el cual ha sido descrito como una especie de iluminación, siempre en términos positivos, a partir del progreso tecnológico.
Quizás el legado más importante del analista de medios, Marshall McLuhan, es haber puesto el dedo en el renglón mostrándonos que toda tecnología nueva es una extensión de los sentidos y las capacidades cognitivas del hombre que favorece unos aspectos a la vez que embota o suprime otros. Decía McLuhan que los medios lo mismo amplifican que amputan nuestros sentidos, pero que en el fervor inicial que acompaña una innovación tecnológica no somos generalmente capaces de ver los efectos contraproducentes, somos víctimas del sensacionalismo y el estupor de lo nuevo y flamante (nos ocurre a veces como aquello insectos hipnotizados por una vela o un foco que persiguen la luz aparente y perecen en el encandilamiento).
Esto para llamar la atención sobre el efecto colateral, para algunos menor, de la urbanización masiva y la asimilación sin cuestionamiento alguno de la luz eléctrica como un bien universal. Hemos ganado tiempo para incrementar nuestra productividad, para comunicarnos a todas horas y entretenernos con las imágenes en nuestras pantallas, pero en gran medida a costas de perder el cosmos, y la conexión con la bóveda celeste. A la par, nos hemos llenado de luz eléctrica y hemos perdido no sólo la luz tenue de las estrellas y los planetas, también hemos perdido la oscuridad que es un refugio de la mente y del cuerpo.
Lo primero es una pérdida estética e incluso espiritual, en la medida en la que ver las estrellas ejerce una atracción primigenia, que nos hace reencantarnos con la naturaleza y proyectar nuestros sueños en un altivo espejo. Para reencontrarnos también: “Tal vez existe un patrón en la bóveda celeste para quien desea verlo y, una vez visto, para encontrarse a sí mismo”, escribió Platón.
Lo segundo es una pérdida quizás más cuantitativa en el sentido de que nos afecta de manera tangible y medible, a nivel hormonal, inhibiendo la producción natural de melatonina y otras hormonas y neurotransmisores que funcionan conforme a ciclos ancestrales de luz y oscuridad. Esto último ha generado una nueva ciencia (que es en realidad muy vieja): la cronobiología. Sabemos hoy que el ser humano participa y se ve afectado por decenas de ciclos astronómicos, por lo que existen importantes beneficios en cuestiones de ahorro de energía corporal si logra alinear sus hábitos con estos ciclos.
Es probable que seamos víctimas de una mentalidad dualista que de la manera simplista ha elevado a la luz como un bien absoluto en detrimento de la oscuridad, sin reparar en que la luz necesita de la oscuridad, y que no es posible entender y beneficiarse de la luz sin comprender y aceptar también la oscuridad. La luz y la oscuridad más que opuestos en conflicto, son complementos, quizás mejor entendidos como estaciones y etapas de un mismo proceso cósmico: calor y frío, día y noche, revelación y misterio.
No resulta exagerado el llamado que realizaron hace un par de años un grupo de astrónomos brasileños reclamando a las autoridades el derecho inalienable a la luz de las estrellas. Como una especie de ley de transparencia, tenemos derecho a recibir directamente la información de la luz cósmica.
La contaminación lumínica es también una contaminación mental, un reduccionismo de la amplitud de la psique que necesita oscuridad, paradójicamente, para ver aquello más sutil y esencial. Poéticamente podemos referirnos a la idea platónica del daimon o espíritu tutelar de cada alma, el cual es asignado, según Platón, en relación a una estrella. De aquí la idea de que al mirar al cielo, el hombre siente una nostalgia enigmática, como la de Ulises en sus viajes por el océano, recordando su morada en Ítaca.
Publicado por Eco-Sitio ( 25 de Mayo del 2015)