AUTOR:Silvia Ribeiro
El 10 de febrero 2015, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos publicó dos informes sobre geoingeniería en los que se recomienda invertir más en propuestas de manipulación del clima, teóricamente para paliar los síntomas del cambio climático. El estudio fue financiado por la CIA, la NASA y el Departamento de Energía de EU, entre otras instituciones.
Casi al mismo tiempo, la revista científica de alto perfil Nature publicó un artículo de opinión de científicos pro-geoingeniería que demandan se haga no sólo investigación en laboratorio, sino también pruebas de campo de esas tecnologías para estar preparados “en caso de necesitarlas”. (Nature, 4/2/2015).
La geoingeniería comprende una serie de propuestas tecnológicas para manipular el clima a escala global, como inyectar sulfatos en la estratósfera para bloquear la luz del sol, blanquear las nubes para reflejarla, grandes instalaciones para absorber dióxido de carbono de la atmósfera y enterrarlo en fondos geológicos o marinos, alterar la química de los océanos para que absorban más carbono, mega-plantaciones de cultivos transgénicos reflejantes y otras. Todas conllevan altos riesgos y efectos sinérgicos impredecibles.
Presentar la geoingeniería como algo a usar “solamente si se necesita”, es el núcleo de argumentación de sus promotores, intentando justificar que se inviertan fondos públicos y privados en tecnologías de altísimo riesgo. La geoingeniería no se dirige en ninguno caso a cambiar las causas del cambio climático, solamente a lidiar con los síntomas: intentar bajar la temperatura bloqueando la radiación solar o remover carbono de la atmósfera cuando ya se ha emitido.
Por ello, si se permite, será un jugoso negocio para los inversores, porque al seguir emitiendo gases de efecto invernadero, continuará el calentamiento global y la venta de tecnologías para paliar las consecuencias no tendría fin, generando dependencia perpetua con quién las controle.
En ese sentido, y para completar la “semana de promociones”, Ken Caldeira, de la Universidad de Stanford, uno de los autores de los informes de la Academia de Ciencias y conocido entusiasta de geoingeniería, publicó un artículo en The Guardian, explicando que la geoingeniería puede ser, literalmente, “una máquina de hacer dinero para las empresas”. Agrega que si el tema es tan relevante para la CIA, debe serlo igualmente para las empresas.
La geoingeniería ya integra la propaganda de las trasnacionales de la energía (petróleo, carbón, fracking), para justificar la explotación ilimitada de sus reservas billonarias, contra la información científica sobre la gravedad del cambio climático, que exige terminarla.
Aunque el equipo que elaboró los informes de la Academia no llegó a consenso para respaldar todas las propuestas de geoingeniería, incluso hay párrafos críticos sobre los riesgos, el mensaje central es que esas propuestas que antes era consideradas sólo como armas de guerra y en el ámbito militar, ahora deben estar “en el portafolio de opciones” para enfrentar la crisis climática.
El estudio hace también ingeniería de conceptos, para hacerlos tan técnicos que dificulten la crítica pública. En lugar de “manejo de la radiación solar”, ahora le llaman “modificación de albedo”. Pero el mensaje sigue siendo la legitimación de la geoingeniería como propuestas que se deben investigar y según los más agresivos, experimentar.
Puede hasta sonar razonable que se investigue y experimente, para saber si sirve “en caso de necesitarla”. Sin embargo, cualquier forma de “experimentación” en campo real, es decir fuera de laboratorios y computadoras, es una trampa, ya que por definición, la geoingeniería se propone modificar el clima planetario y las experiencias a pequeña escala no sirven para saber si tendrá efecto en el clima global. Son en realidad un tobogán para legitimar experimentar a escalas cada vez mayores, con riesgos inaceptables para muchos países.
Tal como investigó Naomi Klein en su reciente libro sobre cambio climático This changes everything, si se hicieran experimentos de geoingeniería a la escala necesaria para impactar el clima global, de todos modos sería imposible diferenciar el efecto de estas tecnologías de otros fenómenos naturales y problemas climáticos ya presentes y por tanto sólo se podría sacar alguna conclusión, quizá, extendiendo el experimento por muchos años, al menos una década.
Por todo ello, no tiene sentido hablar de etapa “experimental” en geoingeniería, ya que por escala y duración, experimentación es igual a implementación, poniendo en riesgo a muchos países (que seguramente ni sabrán que esta puede ser la causa de sus problemas) y a ecosistemas enteros. Básicamente todos los estudios de impactos potenciales sobre geoingeniería, en Naciones Unidas, en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) e incluso éstos de la Academia, reconocen que los impactos “serán desiguales” en el planeta, lo que traducido quiere decir que si Estados Unidos, con una “coalición de voluntarios” despliega geoingeniería en el Ártico para bajar la temperatura, los impactos los sufrirán otros.
Estudios de 2014 muestran que el bloqueo de la radiación solar alterará el régimen de lluvias y vientos en los trópicos en Asia, África y América Latina, en algunas regiones con potencial disminución de lluvias de hasta 30 por ciento.
Urge prohibir la geoingeniería en Naciones Unidas. Quizá esto no la detenga totalmente, pero al menos no será legal ni podrá usar recursos públicos. Nunca será legítima.
Publicado por El Comercio ( 27 de Abril del 2015)