Los glaciares y la minería
Por: GEOL. RICARDO ALONSO
El hombre de a pie es bombardeado todos los días por una enorme cantidad de información mediática, en muchos casos distorsionada, retorcida, encubierta y hasta directamente mentirosa, que genera una enorme confusión entre lo que es lógico, verosímil y de sentido común.
Esa información genera imágenes que rotulan a las cosas en buenas o malas, de acuerdo al interés de quienes las potencian.
Muchas veces responden a intereses políticos, en otros casos económicos y más aún ideológicos. Un famoso actor argentino hace un spot televisivo sobre la mina de carbón de Río Turbio en la Patagonia austral diciendo que ello llevará al derretimiento de los glaciares, y a cartón seguido la organización ambiental que lo patrocina, de origen inglés, pide colaboración económica para sostener sus actividades de “protección del medio ambiente”.
El planteo corriente es que la quema de carbón, al igual que la de los hidrocarburos líquidos y gaseosos, genera dióxido de carbono que es un gas de efecto invernadero, esto es que se acumula en la atmósfera y potencia el calentamiento del planeta y por lo tanto la evaporación de los hielos.
Hasta ahora no está para nada claro cómo funciona realmente el ciclo del carbono a escala global, tanto en su producción natural como en la humana o antropogénica y sus mecanismos de secuestración.
Lo que sí está claro es que los grandes productores de anhídrido carbónico son los países industrializados del hemisferio norte, tanto Estados Unidos como algunos de Europa y Asia.
Barrera “elegante”
Entonces la manera más elegante de compensar el desfase es obligar a los del sur, entre ellos nosotros, a que no toquemos nada, que no produzcamos nada, que no nos desarrollemos, o lo que es lo mismo que dejemos dormir nuestros recursos naturales y que nos empobrezcamos.
Todo ello para lograr el balance de equilibrio entre los gases de la muerte que ellos producen (metano, dióxido de carbono, cloroflurocarbonos) y el gas de la vida que producimos nosotros, o sea el oxígeno del gran continente verde que es América del Sur.
Miles de usinas térmicas a carbón funcionan en el hemisferio norte desde China a los Estados Unidos. Sin embargo, atacan a la Argentina por una única planta en el lugar más remoto de la Patagonia, como es Río Turbio.
Ahora bien, esa mentira puesta todos los días en los medios televisivos, termina convenciendo al ciudadano urbano de que es una realidad veraz. Lo que sí tiene que quedar en claro es que ni una planta ni cien plantas que funcionen a carbón en la Argentina van a producir el más mínimo efecto sobre los glaciares.
Si hay algo que necesitamos es precisamente energía y tenemos que obtenerla de todas las fuentes convencionales y no convencionales que tiene el país. Porque disponer de energía y consumirla ampliamente significa crecimiento.
Por más que nos quieran hacer creer lo contrario. América del Sur tiene una extraordinaria cordillera en su sector occidental que se extiende unos 9.000 km de norte a sur. Alcanza alturas máximas en el Aconcagua, una montaña que roza los 7 km de altura sobre el nivel del mar.
Los Andes Centrales tienen en conjunto las mayores alturas, entre ellos los volcanes más altos del mundo, como el caso de nuestro Llullaillaco. La línea de las “nieves eternas” va subiendo desde cero metro en la Antártida, donde los glaciares están a nivel del mar, hasta alcanzar alturas próximas a 6.000 metros en la Puna argentina.
La línea de nieves
Es interesante señalar un hecho casi desconocido y es que la línea de nieves permanentes en la Puna argentina es la más alta del mundo, o lo que es lo mismo decir que en cualquier otro lugar del planeta donde haya nieves permanentes éstas arrancan a mucho menor altura.
Para que se forme un glaciar tienen que darse una serie de condiciones entre el balance del agua caída y el agua evaporada y la posición de la isoterma de cero grado centígrado. De nada vale que tengamos una región helada si la misma es un desierto seco donde no se producen precipitaciones. Un cerro blanco en invierno puede ser la simple caída de granizo y por lo tanto de duración efímera.
Para que se forme un glaciar hace falta entonces una importante acumulación nívea y que ésta se convierta en hielo y que éste hielo empiece a fluir lentamente en función de la pendiente.
El hielo continental patagónico tiene abundantes glaciares que caen hacia la ladera atlántica de Argentina o hacia la ladera pacífica de Chile, y un ejemplo destacado es el glaciar Perito Moreno.
Ahora bien, cuando se habla de glaciares cordilleranos en la frontera de Argentina y Chile, fuera de ese ámbito patagónico, no existe más ese ícono del Perito Moreno. No hay miles de “Peritos Morenos” a lo largo de la Cordillera como se trata de inculcar, sino simplemente manchones de hielo y acumulaciones varias de nieve que son el relicto del último Máximo Glacial (LGM) que ocurrió en el Pleistoceno entre 20 y 18 mil años atrás.
Como dijimos, nuestra Puna seca tiene escaso hielo arriba de los 6.000 metros. Donde sí se desarrolla un importante ambiente glacial es en la Cordillera Real de Bolivia, donde los vientos húmedos amazónicos descargan hasta 5.000 milímetros anuales en los valles de Yungas y el resto de la humedad se estrella contra la cadena montañosa que bordea el Altiplano entre los cerros Illampu al norte y el Illimani al sur, superando ambos los 6.400 metros.
Minerales sí, hielo no
Ahora bien, desde que Alvaro Alonso Barba escribió en 1640 su famosa obra “El arte de los metales”, se sabe que donde hay minerales no hay hielo. Precisamente él aconsejaba a los prospectores mineros de la época colonial que se fijaran después de las nevadas aquellos lugares donde no se acumulaba la nieve porque esa era una guía de que allí podía haber un depósito mineral.
Y esto ocurre por una razón muy simple, y es que los minerales en su mayoría son sales y la sal tiene la propiedad de evitar el congelamiento del agua. Esa es la causa por la cual el agua marina del Ártico o del Antártico no están congeladas a pesar de estar bajo cero grado y también el motivo por el cual se agrega sal en los caminos para derretir la nieve.
De todos modos, la minería se puede hacer en forma segura haya o no haya glaciares, y así se realiza en Rusia, Canadá o Alaska, con grandes extensiones cubiertas por los hielos. Finalmente, rescato una frase del ex diputado Luis Felipe Sapag quien decía: “El desarrollo es inexorable; no es posible la vuelta atrás en la dependencia de la humanidad respecto de la tecnología y la utilización masiva de los recursos naturales: si se hiciera caso al reclamo ultraecologista, en pocos meses desaparecería catastróficamente, por hambre y enfermedades, la mitad de los seres humanos”.
Está claro que el uso de los glaciares y otros íconos ambientales son una pantalla engañosa en contra del desarrollo legítimo de los países aún subdesarrollados.