El agua potable, una crisis para el siglo XXI
Por: PEDRO J. DEPETRIS
No debe asombrar que el 80 por ciento de las enfermedades en los países en vías de desarrollo provenga del empleo de agua inapropiada para consumir.
Los pocos seres humanos que pudieron contemplar la Tierra desde el espacio exterior, maravillados, lo describieron como “el planeta azul”, por la sugestiva tonalidad que le impone el casi 71 por ciento de su superficie cubierta por océanos y mares. Solo el Océano Pacífico cubre más de la mitad de la superficie del globo; es posible volar sobre él por 12 horas y, quizá, sólo ver unas pocas islas en el trayecto.
No debe sorprendernos, entonces, que los océanos contengan casi un 98 por ciento del agua superficial; los glaciares y los polos superarían ligeramente un dos por ciento, y ríos, lagos y lagunas sólo un 0,6 por ciento.
Por debajo de la superficie, están los acuíferos, que posiblemente franquearían el uno por ciento del total del agua, y sólo un 0,001 por ciento estaría en el aire, como vapor de agua, nubes y precipitación atmosférica. También hay una cantidad de agua que circula por plantas y animales, y nuestro cuerpo contiene un 70 por ciento de agua.
Es obvio que hay muchísima agua en el “planeta azul”: se estima que almacena alrededor de 1.350 trillones de litros en los reservorios antes descriptos.
Esta inconmensurable cantidad integra un ciclo: se evapora en el océano, en los lagos y ríos; las plantas la evapo-transpiran; se desplaza por la atmósfera terrestre y cae de nuevo sobre su superficie, mayormente en forma de lluvia o nieve. Lo que precipita sobre tierra firme, posteriormente cierra el ciclo fluyendo como arroyos y ríos otra vez hacia el mar.
El ciclo hidrológico es un sistema cerrado, en el que la cantidad de agua que por él circula permanecerá más o menos inalterable hasta el fin de los tiempos.
Es también cierto que cambios climáticos significativos pueden modificar el volumen relativo de estos reservorios y, así como un calentamiento global (como el actual) incrementaría relativamente la masa de los océanos y el vapor de agua circulante, un enfriamiento pronunciado (como el que finalizara hace unos 10 mil años, al comenzar el Holoceno) generaría un descenso del nivel del mar, de la humedad relativa y un avance de los glaciares y de la extensión de las masas polares.
Países “hidro-estresados”. El asombrosamente variado entramado biológico que habita los océanos certifica que el “agua es vida”. Sin embargo, aunque los seres humanos podemos alimentarnos del mar, por su extrema salinidad no podemos beber de él. Esto nos lleva al concepto de “agua potable” o “agua para beber”.
Dicha agua debe tener la calidad necesaria y suficiente para ser consumida o utilizada sin el riesgo de dañar la salud, en lo inmediato o a largo plazo. El cuerpo humano necesita por lo menos dos litros de agua potable por día.
Dos parámetros fundamentales definen al agua potable: microbiológicos y químicos-físicos. Los primeros incluyen la ausencia de bacterias coliformes y especies de bacterias patógenas (como el Vibrio cholerae , causante del cólera), distintos tipos de virus y protozoarios parásitos.
Los parámetros químicos y físicos incluyen la carencia de ciertos metales pesados tóxicos y compuestos orgánicos, de sólidos suspendidos totales y de la turbidez que de ellos resulta. No todas las substancias indeseables disueltas en las aguas naturales son producto de la contaminación humana. Algunas, como el arsénico, están presentes en las aguas en forma natural.
En nuestro país, se estima que más de un millón de habitantes están expuestos a las enfermedades que acarrea el exceso de arsénico en el agua para consumir. Ingentes esfuerzos se están llevando a cabo en investigación y desarrollo (I+D) para diseñar metodologías baratas y sencillas que permitan reducir el contenido de arsénico en el agua para beber, primariamente en zonas rurales.
En todo el planeta, la contaminación más frecuente del agua es la de parásitos y patógenos fecales.
Globalmente, las enfermedades transportadas por el agua causan algo más de 1,9 millón de muertes por año, mientras que más de mil millones de personas (según el Banco Mundial) carecen de agua apropiada para consumir. No es casual que la amplísima mayoría de estas personas –que necesitan tener acceso a suficiente agua de buena calidad y a la tecnología apropiada para la purificación del agua y sistemas que faciliten su distribución– vivan en la porción menos desarrollada del planeta.
De acuerdo con las Naciones Unidas, que han declarado al período 2005-2015 como la década de Agua para la Vida, el 95 por ciento de las ciudades de nuestro planeta vuelca sus desechos sin tratar. No debe asombrar, entonces, que el 80 por ciento de las enfermedades en los países en vías de desarrollo provenga del empleo de agua inapropiada para consumir.
Se calcula que la población global superará los nueve mil millones de habitantes a mediados de este siglo y, en consecuencia, las soluciones posibles para enfrentar la escasez de agua no se presentan como fácilmente abordables.
La doctora Sandra Postel, directora del Global Water Policy Project de Nuevo México (Estados Unidos) y autora deLast oasis: facing water scarcity , predice graves problemas a medida que la población de los países llamados “hidro-estresados” se sextuplique en los próximos 30 años. Pueden esperarse, por ejemplo, problemas relacionados con el agua y la agricultura y con el suministro de agua potable, entre otros.
La mala noticia para este siglo es la estimación que propone como inferior a un dos por ciento del total de agua disponible en el mundo a la que es directamente potable o que no exhibe dificultades técnicas o económicas para ser potabilizada. Librar de sales al agua de mar, por ejemplo, aún es técnicamente complicado y económicamente oneroso.
De cualquier manera, la demanda de agua potable está creciendo globalmente y se concentra en general en los países desarrollados, los que no están libres de los problemas del agua potable. Las naciones llamadas en “vías de desarrollo” exhiben problemas crecientes más graves, en lo que hace a la disponibilidad de agua potable, como en África al sur del Sahara.
Ciencia y solidaridad. El escenario previsible es el de una humanidad sedienta, no sólo porque la presión sobre el recurso aumentará, sino también porque la contaminación de las fuentes aptas tiende a agravarse a nivel global.
El panorama se torna más severo si se integra en la ecuación al cambio climático global que, entre otros efectos, acentuaría el impacto de inundaciones y sequías extremas, alterando la distribución del agua en el mundo.
Habiendo dedicado mi vida a trabajar en ciencia, percibo muchos factores inquietantes en torno de este recurso esencial, aunque sostengo mi convicción de que la ciencia y la tecnología tornarán cada vez más viables las metodologías adecuadas para potabilizar el agua y así paliar urgentes necesidades.
Pero, más allá de lo tecnológico, resultará imprescindible contar con mayor solidaridad entre los pueblos de este planeta, curiosamente azul.