Urge reforzar la seguridad nuclear
Por Ban Ki - moon
Hace 25 años, la explosión de Chernobyl
lanzó una nube radiactiva sobre Europa y proyectó una sombra en todo el mundo.
Hoy día, la tragedia de la central de energía nuclear de Fukushima Dai-ichi en
el Japón se sigue desenvolviendo, provocando temor en la población y planteando
difíciles interrogantes.
Al visitar Chernobyl hace unos días, vi el reactor, todavía mortífero, pero
encerrado en concreto. La localidad misma estaba muerta y silenciosa, sus casas
vacías y deteriorándose, muda constancia de las vidas que quedaron atrás, un
mundo entero abandonado y perdido para quienes lo amaban.
Más de 300,000 personas resultaron desplazadas por el desastre de Chernobyl;
alrededor de seis millones resultaron afectadas. Una franja geográfica del
tamaño de la mitad de Italia o de mi propio país, la República de Corea, quedó
contaminada.
Una cosa es leer sobre Chernobyl desde la distancia. Otra cosa es verlo. Para
mí, la experiencia fue profundamente conmovedora, y las imágenes me acompañarán
por muchos años. Recordé un proverbio ucraniano: "No hay tal cosa llamada dolor
ajeno". Lo mismo vale para los desastres nucleares. No hay tal cosa llamada
catástrofe de algún otro país.
Una vez más estamos constatando dolorosamente que los accidentes nucleares no
respetan fronteras. Plantean una amenaza directa para la salud humana y el medio
ambiente. Causan perturbaciones económicas que afectan todo, desde la producción
agrícola hasta el comercio y los servicios mundiales.
Este es un momento para una reflexión profunda, un periodo para un debate
verdaderamente mundial. Para muchos, la energía nuclear parece una opción limpia
y lógica en una era de escasez cada vez mayor de recursos. Sin embargo, lo
ocurrido hace que nos preguntemos si hemos calculado correctamente los riesgos y
los costos.
¿Estamos haciendo todo lo posible por mantener la seguridad de la población
mundial?
Porque las consecuencias son catastróficas, la seguridad debe ser primordial.
Porque el impacto es transnacional, esas cuestiones se deben debatir a escala
mundial. Esa es la razón por la que, al visitar Ucrania en el 25º aniversario
del desastre, presenté una estrategia de cinco puntos para mejorar la seguridad
nuclear en nuestro futuro.
En primer lugar, ha llegado el momento de realizar un examen a fondo de las
actuales normas de seguridad, tanto en el ámbito nacional como internacional.
En segundo lugar, debemos fortalecer la labor del Organismo Internacional de
Energía Atómica sobre seguridad nuclear.
En tercer lugar, debemos centrar más la atención en el nuevo nexo entre los
desastres naturales y la seguridad nuclear. El cambio climático significa que
habrá más incidentes meteorológicos inusitados y un mal tiempo cada vez más
frecuente. El aumento sustancial del número de instalaciones nucleares que
tendrá lugar en los decenios venideros nos hará más vulnerables.
En cuarto lugar, debemos realizar un nuevo análisis de la relación
costo-beneficio de la energía nuclear, teniendo en cuenta los costos de la
preparación para los desastres y la prevención de estos, así como de la limpieza
cuando las cosas salen mal.
En quinto y último lugar, debemos crear una conexión más sólida entre la
seguridad nuclear y la protección nuclear mundial. En este momento en que los
terroristas andan en busca de materiales nucleares, podemos decir con toda
confianza que una central nuclear, que es más segura para su comunidad, ofrece
también más protección para el mundo entero.
Cuando visité Chernobyl no era la primera vez que viajaba hasta un emplazamiento
nuclear. Hace un año, fui a Semipalatinsk en Kazajstán, epicentro de las pruebas
nucleares en la ex Unión Soviética. El último verano en el Japón, me reuní con
los Hibakusha, sobrevivientes de las explosiones atómicas de Nagasaki e
Hiroshima.
Fui a esos lugares para destacar la importancia del desarme. Durante decenios,
los negociadores han tratado de llegar a un acuerdo sobre la limitación (y tal
vez en último término la eliminación) de las armas nucleares. Y en este último
año, hemos sido testigos de avances muy alentadores.
Con el recuerdo de Chernobyl y, ahora, el desastre de Fukushima, debemos ampliar
nuestra perspectiva. De aquí en adelante, debemos tratar la cuestión de la
seguridad nuclear con la misma seriedad con que tratamos la cuestión de las
armas nucleares.
El mundo ha sido testigo de una historia desconcertante de cuasi accidentes. Ha
llegado el momento de mirar de frente los hechos. Tenemos el deber frente a
nuestros ciudadanos de poner en práctica las más altas normas de preparación y
respuesta para emergencias, desde el diseño de nuevas instalaciones hasta su
construcción y operación y, en último término, su desactivación.
Las cuestiones de la energía y la seguridad nucleares ya no son meramente
asuntos de política nacional. Son asuntos de interés público mundial.
Necesitamos normas internacionales de construcción, garantías convenidas sobre
seguridad pública, total transparencia e intercambio de información entre las
naciones.
Hagamos de ello el legado perdurable de Chernobyl. En el silencio envolvente
encontré brotes de vida. Se está levantando un nuevo escudo protector sobre el
reactor dañado. La gente comienza a regresar. Resolvamos disipar la última nube
de Chernobyl y ofrecer un futuro mejor a las poblaciones que han vivido
demasiado tiempo bajo su sombra.