Nos estamos quedando sin suelo
Por Jordi Sabate
La degradación del suelo es la
consecuencia directa de su utilización por el hombre, como resultado de
actuaciones directas, como agrícola, forestal, ganadera, agroquímicos y riego, o
por acciones indirectas, como las actividades industriales, eliminación de
residuos, transporte, entre otras. La erosión, la compactación, el aumento de la
salinidad y de la acidez del suelo son los mayores problemas relacionados con su
manejo inadecuado y podrían tener relación directa con la escasez de alimentos
en un futuro cercano, resultando en un profundo desequilibrio del sistema
productivo.
El suelo es un recurso natural que corresponde a la capa superior de la
corteza terrestre. Contiene agua y elementos nutritivos que los seres vivos
utilizan. El suelo es vital, ya que el ser humano depende de él para la
producción de alimentos, la crianza de animales, la plantación de árboles, la
obtención de agua y de algunos recursos minerales, entre otras cosas. Existen
muchas clases de suelo. Esto se debe a que las rocas, el clima, la vegetación
varían de un sitio a otro. En él se apoyan y nutren las plantas en su
crecimiento y condiciona, por lo tanto, todo el desarrollo del ecosistema.
Cuando un suelo ha sido continuamente utilizado, se deteriora, se degrada, y
deja de poseer y aportar sus cualidades iniciales. Podemos decir que un suelo
está contaminado, cuando las características físicas, químicas o biológicas
originales han sido alteradas de manera negativa, debido a la presencia de
componentes de carácter peligroso o dañino para el ecosistema. Entonces, la
productividad que el suelo tenía se pierde total o parcialmente.
El suelo es un ente del ambiente, cuyas características son el resultado de una
larga evolución hasta alcanzar un equilibrio con las condiciones naturales. Y
hemos de tener claro que en esas condiciones ambientales no está incluida la
acción de las civilizaciones humanas. El suelo es un componente del medio
natural y como tal debe ser considerado como un suelo virgen, no explotado. Es
evidente que su continua y abusiva utilización por parte del hombre ha truncado
su evolución y ha condicionado negativamente sus propiedades. Como resultado el
suelo se deteriora, se degrada.
La degradación del suelo es la consecuencia directa de la utilización del suelo
por el hombre. Bien como resultado de actuaciones directas, como agrícola,
forestal, ganadera, agroquímicos y riego, o por acciones indirectas, como son
las actividades industriales, eliminación de residuos, transporte, entre otras
actividades.
Las actividades potencialmente contaminantes de suelos son muy variadas;
acumulación de residuos sólidos o líquidos, emisiones a la atmósfera, usos
fitosanitarios desmedidos o incontrolados, entre otros.
La erosión, la compactación, el aumento de la salinidad y de la acidez del suelo
son los mayores problemas relacionados con su manejo inadecuado y podrían tener
relación directa con la escasez de alimentos en un futuro cercano, resultando en
un profundo desequilibrio del sistema productivo, si prácticas correctas no son
adoptadas.
La población del mundo supera los 6.500 millones de habitantes, obligando a la
humanidad a disponer de un poco más de mil millones de hectáreas agrícolas. Las
áreas con un manejo inadecuado reducen significativamente su potencial
productivo, por lo cual hoy se trabaja para renovar y acondicionar las técnicas
productivas, a la preservación de los recursos naturales en general y del suelo
en particular. Se debe observar que los recursos son limitados, no pudiendo ser
desperdiciados. Entre 50 y 700 millones de personas podrían verse obligadas a
migrar por estas mismas causas en los próximos 40 años.
Aunque el continente más afectado por la desertificación es África, en América
Latina y el Caribe alrededor de un cuarto de su superficie están cubiertas por
desiertos y zonas áridas.
En América del Sur, un desierto se extiende desde la costa del Pacífico en el
sur de Ecuador, pasando por la costa peruana hasta el norte de Chile. En el
interior del continente, a entre tres mil y cuatro mil 500 metros de altitud, el
Altiplano andino abarca la parte occidental de Bolivia, el norte de Chile, el
sur del Perú y el noroeste de Argentina.
En el noreste de Brasil hay áreas semiáridas dominadas por la sabana tropical.
Grandes zonas de Colombia y Venezuela están fuertemente degradadas.
En Centroamérica, hay zonas áridas en República Dominicana, Cuba, Haití y
Jamaica, mientras que la erosión y la escasez de agua se están intensificando en
el este del Caribe. Y la mayor parte de México es árido y semiárido, en
particular el norte del país.
La pobreza y la sobreexplotación y el uso inapropiado de la tierra degradan el
suelo, con la consecuente pérdida de productividad.
La conservación de los recursos productivos y del ambiente constituyen las dos
exigencias básicas de la variable ecológica de la agricultura sostenible. Una
forma de lograr esto es a través de la Agroecología.
Un manejo sostenible de los agroecosistemas queda definido por una equilibrada
combinación de tecnologías, políticas y actividades, basada en principios
económicos y consideraciones ecológicas, a fin de mantener o incrementar la
producción agrícola en los niveles necesarios para satisfacer las crecientes
necesidades y aspiraciones de la población mundial en aumento, pero sin degradar
el ambiente.
La agricultura sostenible es aquella que, en el largo plazo, contribuye a
mejorar la calidad ambiental y los recursos básicos de los cuales depende la
agricultura, satisface las necesidades básicas de fibra y alimentos humanos, es
económicamente viable y mejora la calidad de vida del productor y la sociedad
toda.
El enfoque agroecológico considera a los ecosistemas agrícolas como las unidades
fundamentales de estudio; y en estos sistemas, los ciclos minerales, las
transformaciones de la energía, los procesos biológicos y las relaciones
socioeconómicas son investigadas y analizadas como un todo. De este modo, a la
investigación agroecológica le interesa no sólo la maximización de la producción
de un componente particular, sino la optimización del agroecosistema total.
Esto tiende a reenfocar el énfasis en la investigación agrícola más allá de las
consideraciones disciplinarias hacia interacciones complejas entre personas,
cultivos, suelo, animales.
Hay que tener en cuenta que los procesos de descontaminación son caros, pero si
tenemos en cuenta que el suelo es un medio natural que nos proporciona múltiples
beneficios, y que necesita miles de años para formarse, tendríamos que pensar
que todo lo que hagamos por el beneficio del suelo es poco. Por lo tanto sería
conveniente establecer una serie de factores, en virtud de los cuales, se vayan
descontaminando los suelos. Es decir, la peligrosidad de la contaminación
dependerá de efectos como puede ser el poder tamponador o lo vulnerable que sea
el suelo ante la contaminación.
Uno de los factores a evaluar con más importancia es la extensión de la
contaminación, así como la naturaleza y la medida en que los contaminantes estén
concentrados. Es muy importante la naturaleza de éstos porque dependiendo del
peligro que aporten al suelo, este se contaminará más o menos rápido, y con
mayor o menor profundidad.
En resumen, cabe decir que la gestión por el mantenimiento de los suelos en su
estado original, impidiendo su contaminación por usos excesivos y abusivos y
limpiando y descontaminando aquellos emplazamientos ya deteriorados debe tomarse
como una rama más de la conservación del medio ambiente, quizás menos llamativa
a los ojos de la opinión pública, pero igual de importante que cualquier otro
tipo de actuación