Vigilancia ambiental a la deriva


Por Nelly Luna Amancio

Una vista aérea de la franja costera limeña ofrece dos situaciones pero una misma realidad. Al norte, en el Callao, playas de aguas marrones alrededor de la zona donde desembocan los ríos Rímac y Chillón; al sur, manchas parduscas en el mar de Chorrillos, a unos metros del colector de La Chira, por donde descargan impunemente parte de los desagües sin tratar de nuestra capital.

El vertimiento de esta agua trae consigo no solo la inyección de material orgánico al mar a través de los colectores, sino también de otros elementos tóxicos como plaguicidas, hidrocarburos, aceites, elementos inorgánicos como arsénico o cadmio, metales y plástico que llegan arrastrados con las aguas de los ríos sobre las que la industria y la minería vierten sus efluentes.

Así ha ocurrido siempre. Incluso antes de que Lima se convirtiera en el monstruo del millón de cabezas, ya todos los desechos mineros e industriales acababan en los ríos, y estos, junto con los desagües, iban al mar, que impasible recibía todo. Fue recién en 1986 que la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa) inicio el programa de vigilancia de la calidad microbiológica de las playas.

Todos los Límites

El 2008 –por decreto supremo- el Gobierno oficializo los estándares de calidad ambiental (ECA) para las zonas marino- costeras de uso publico y estableció límites para cada uno de los distintos contaminantes. Sin embargo, hasta ahora, los únicos análisis que se hacen en las playas son los coliformes fecales. “Sin una vigilancia integral es imposible conocer la evolución de la calidad de nuestras playas”, dice la reconocida bióloga Patricia Majluf.

Son 272 las playas que el Ministerio de Salud –a través de las direcciones de salud ambiental regionales- vigila desde Tumbes a Tacna. El 62% de ellas se concentran entre Ancón y Puerto Viejo.

Betty Chung, especialista de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), organismo adscrito al Ministerio de Agricultura, sostiene: “Digesa solo analiza la presencia de coliformes porque lo que le interesa es la salud”, y reconoce que es hora de analizar otros parámetros que pueden representar un problema para la vida en el mar. “Lo ideal seria estudiar, además, la presencia de elementos organoclorados”, recomienda.

Otro aspecto que urge en la vigilancia ambiental en las playas es el estudio del comportamiento de determinadas especies marinas como resultado de la contaminación. “Hay estudios puntuales, pero globales no, es casi nada lo que se hace, conocemos algunas investigaciones sobre la presencia de toxinas en aves Guarenas, aunque por el movimiento de estas aves no se puede determinar donde ingirieron esos contaminantes”, dice Majluf.

“Lo mas preocupante en torno a esta falta de información es que no sabemos que toxinas se pueden estar acumulando en los tejidos de las especies marinas destinadas al consumo humano, sobre todo por la presencia de pesticidas y elementos organoclorados”, lamenta Majluf.

Tanto la bióloga como Betty Chung coinciden en que el análisis en laboratorio de coliformes es el mas económico y que por ello Digesa solo hace el seguimiento de esta variable.

¿Esta vigilancia de la calidad de las aguas de las zonas marino-costeras se podría hacer con la cooperación internacional? “No necesitamos cooperación de afuera, basta con integrar los sistemas de vigilancia ya existentes, pero aislados. Además, la industria en estas zonas debería contribuir con un fondo para el control de la bahía y las playas. La industria genera contaminación, así que debería aportar un monto para establecer un sistema mínimo de vigilancia, tiene que haber una visión de largo plazo. Tienen que asumirse responsabilidades, hasta ahora no hay una sola empresa pesquera que reconozca que contamina”, critica Patricia Majluf.

Mientras eso no ocurra, solo se cuenta con los resultados microbiológicos de la Digesa.
 

El reporte de playas

Cuando se analiza el estado de una playa, Digesa tiene en cuenta no solo la cantidad de coliformes termotolerantes, sino también la limpieza de la playa y la existencia de servicios higiénicos y tachos de basura. El cumplimiento de estos indicadores hará que la playa califique de buena, mala o regular, tal como publica esta entidad en su pagina Web www.digesa.sld.pe.

La actual legislación señala que las aguas de la playas no deben exceder los 200 NMP/100ml (numero máximo probable) de coliformes termotolerantes; sin embargo, según los resultados obtenidos en laboratorio por la propia Digesa –y a los que El Comercio tuvo acceso (ver infografía)-, por lo menos de 21 playas limeñas, dos de las muestras tomadas durante las ultimas cinco semanas excedieron los limites máximos establecidos. Ese fue el caso de Ancón, Cantolao Nº 1 Regatas Unión, La Herradura, Playa Villa, La Encantada, Club Villa, Conchán, Mamacona, Pucusana, Totoritas, Bujama Norte, Cerro Azul y Puerto Viejo.

La corriente arrastra los desagües hacia esas playas. Lo curioso es que según la ANA, ninguno de los colectores que descarga al mar tiene autorización. Recién con la última ley de recursos hídricos se planteara un programa de adecuación de vertimientos. Paralelamente, en el Ministerio del Ambiente (Minam) explican que se deberá implementar un sistema de vigilancia para los contaminantes que ahora no se estudian. ¿Quién se encargaría de hacer el análisis?

El ingeniero Raúl Roca, director de Calidad Ambiental del Minam, es enfático: “Lo tendría que hacer la ANA”. Pero en esa dependencia dan una respuesta diametralmente opuesta: “Esto se tendrá que evaluar porque la vigilancia tiene un precio muy alto, por el momento la evaluación lo hace el propio administrado”, aclara la experta de la ANA. ¿Quién lo definirá?