LA SIGUIENTE GRAN CALAMIDAD

 

Según la Real Academia Española, desgracia (del latín calamitas, -ātis) significa desgracia o desgracia que afecta a muchas personas. En Perú, aunque no usamos esta palabra a menudo, todavía vivimos en un estado de ansiedad de vez en cuando. Excepto la pandemia de Covid-19, todos los demás desastres que enfrentamos son naturales.
Por su ubicación geográfica, el Perú es un territorio relativamente seguro. Nuestros mares se enfrían gracias a la corriente de Humboldt, que aporta nutrientes al mar y también previene fenómenos atmosféricos y oceánicos como las tormentas. Los Andes y nuestra ubicación tropical regulan nuestro clima. No observamos grandes diferencias de temperatura entre estaciones opuestas, como ocurre en Europa o América del Norte, donde en verano la temperatura alcanza casi los 40°C y en invierno desciende por debajo de los -16°C.

Esto no sucede en nuestra bendita tierra. Esta estabilidad climática aseguró varias campañas agrícolas cada año, hasta el punto de que el Perú nunca se quedó sin alimentos. Tenemos patatas todo el año, además de manzanas, plátanos, arroz, aguacates y más. En una temporada, las ciudades se abastecen de la costa, y en la siguiente, de la región andina, por ejemplo, las naranjas llegan del norte de Lima o de Tingo María.
Pero luego vinieron los problemas.

En 2017, el intenso El Niño Costero se cobró más de 100.000 vidas, 162 murieron, 10.000 casas se derrumbaron y 4.391 kilómetros de carreteras y 489 puentes fueron destruidos. Se estima que este fenómeno le ha costado a todos los peruanos $3.124 millones, y es un dinero que aún tenemos que recuperar. Hemos vivido escenas terribles cuando el río Piura rompió sus muros de contención e inundó la hermosa ciudad del mismo nombre, o cuando Doña Evangelina Chamorro emergió milagrosamente del lodo tras ser golpeada por un desprendimiento de tierra. A pesar de estas cifras y recuerdos dolorosos, lo peor de El Niño no nos afectó como vivimos los eventos de 1997-1998, 1982-1983, 1925, 1891, y esta lista continúa creciendo.

El miércoles 15 de agosto de 2007 a las 18:40 horas, un fuerte terremoto con epicentro a 40 km al oeste de Pisco (Ica) y 150 km al suroeste de Lima nos recordó una vez más que el Perú se encuentra en la zona más propensa a terremotos del planeta. Planeta: el Anillo de Fuego. Este evento masivo tuvo una magnitud de 7,9 en la escala de impulso, duró alrededor de 3 minutos y 30 segundos, devastó la ciudad de Pisco y afectó gravemente a Ica, Chincha, Cañete y Lima. Como resultado del desastre, 595 personas murieron, 2.291 personas resultaron heridas, 76.000 casas quedaron completamente destruidas y más de 450.000 personas quedaron sin hogar. Por supuesto, no fue el peor ni el más fuerte terremoto que hemos experimentado en la historia reciente. El próximo gran El Niño puede estar a la vuelta de la esquina, pero no hay garantía de que el próximo verano no tengamos una temporada de lluvias inusual que haga que los ríos se desborden y los arroyos se activen. Por otro lado, estudios científicos alertan de un "terremoto silencioso" frente a la costa central de Perú, cerca de Lima, zona que no sufre un gran terremoto desde 1746. A modo de comparación: el verdadero Fuerte Felipe (La Punta, Callao) fue construido alrededor de 1750, después de un fuerte terremoto y tsunami.

Como hemos experimentado, una cosa es que un terremoto o una inundación azote zonas aledañas a una capital (por ejemplo, Piura o Pisco) y otra que este evento afecte a una metrópoli de más de 10 millones de habitantes. ¿Tenemos suficientes hospitales? ¿Qué es un sistema de distribución de agua potable y electricidad? ¿Están nuestros sistemas de respuesta a emergencias (incendios, SAMU, rescate) en óptimas condiciones? ¿Están nuestros ríos y arroyos adecuadamente gestionados y asegurados?
Como dijo nuestro inmortal poeta César Vallejo: “Hay mucho trabajo por hacer, hermanos”.

 

Autor: Patricio Valderrama Murillo., Fuente: Diario Gestión - pag.10. 02 de abril del 2024.