El cinismo verde en la escena publicitaria
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Por Rodrigo Fernández Miranda
La publicidad como herramienta de
transmisión de valores e ideas sabe bien cómo adaptar sus estrategias a las
preocupaciones de la sociedad-mercado para seguir fabricando consumidores en
serie. El denominado "lavado verde", exponente claro de esta adaptabilidad,
ocupa cada vez más espacio en las estrategias de comunicación publicitaria de
algunas empresas multinacionales, fundamentalmente de aquellas pertenecientes a
la industria automotriz y al sector de la energía. En este artículo nos
centraremos en algunas tácticas y ejemplos del cinismo publicitario derivado de
la disonancia entre lo que dicen los anuncios y lo que hacen los anunciantes.
¿Han asumido las grandes empresas la creciente preocupación teórica de la
sociedad por la crisis medioambiental en curso cambiando sus patrones
productivos?
Sinceramente, nos gustaría poder interpretar la realidad de esta forma: los
anunciantes, además de ser entidades históricamente concebidas para el lucro
propio, empiezan a asumirse desde hace algún tiempo como agentes sociales
responsables. Y este nuevo estadio de la economía moderna cuenta con un
"empresariado social" cuya responsabilidad, además, se hace presente en las
pautas publicitarias de los anunciantes. Por el contrario, sobran los motivos
para creer que esta responsabilidad ambiental no es más que un cambio
estratégico imprescindible para, no sólo mantener o aumentar los beneficios
económicos en las cuentas de resultados, sino también conservar la legitimidad,
la confianza y la aceptación social de algunas empresas. Escenario que se ha
materializado con el nacimiento y la proliferación del "lavado verde" en la
escena de la comunicación comercial.
El contexto del "lavado verde"
En la práctica, esta estrategia se caracteriza por la existencia de un marcado
contraste entre lo que se desprende de los mensajes publicitarios de algunos
anunciantes y la realidad que existe detrás de éstos. En muchos casos, esta
disonancia entre lo que se dice y lo que se hace suele ser tan considerable que
podemos entender que se trata de un proceso de "lavado" por partida doble. En
primer lugar, un "lavado" de la imagen corporativa, ya que un comportamiento
empresarial que va en un sentido contrario a las necesidades, intereses y
preocupaciones sociales estaría condenado a ser poco o nada rentable. En segundo
lugar, un "lavado" de las conciencias de los consumidores/as, ya que se les
puede persuadir publicitariamente de que consumir ciertos productos supone una
oportunidad para actuar de forma respetuosa con el medio ambiente.
En última instancia, esta dinámica parece ser otra vuelta de tuerca, otra
mutación de la imagen de las corporaciones para lograr a través de su discurso
publicitario que los valores, las preocupaciones, los intereses o las
aspiraciones crecientes de los mercados se puedan traducir en nuevas
oportunidades de negocio, generalmente más rentables, para los anunciantes.
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Los sectores que "lavan"
Resulta evidente que esta estrategia se muestra de forma mucho más acentuada en
ciertos sectores de la economía. ¿En cuáles? Precisamente en los sectores y
empresas que tienen necesidad de ocultar, disfrazar o magnificar ciertas
conductas ambientales. En concreto, nos centraremos en los dos casos que
entendemos más emblemáticos: la industria del automóvil y el sector de la
energía. Y en algunas tácticas concretas: el falseamiento y la ocultación de
información y la dotación a los productos con bondades, potencialidades y
valores ecológicos.
Veamos algunos ejemplos de actualidad. Para poder comercializar un coche en
2008, año en el que hasta Al Gore y Tony Blair participan en la difusión de la
lucha contra el cambio climático, los anuncios deben hacer apelaciones
ecológicas para asegurar la eficacia persuasiva. En este sentido, algún coche se
puede anunciar como "...potencia y ecología..." y otro como toda una
"...revolución natural...". Estos ejemplos nos pueden servir para comprender una
de las tácticas de "lavado" más recurrentes: dotar al producto de valores
ambientales, en este caso con independencia de que los tenga.
Asimismo, hemos podido observar otros ejemplos de este mismo sector que nos
parecen, si cabe, más significativos. A saber: "...no te pedimos que hagas un
esfuerzo más por cuidar el medio ambiente. Esta vez, deja que lo haga tu
coche...". O bien, anunciar un vehículo como "...ecología al alcance de
todos...". ¿Qué tipo de mensaje se transmite exactamente en estos anuncios?
Precisamente, lo que reciben las audiencias es que no tienen que alterar un
ápice sus hábitos y sus conductas de consumo para asumir su cuota de
responsabilidad ambiental, sino sólo comprar el producto anunciado. Es decir, se
promueve la contradicción de seguir haciendo más de lo mismo como vía para
cambiar las cosas, simplemente transformando la concepción simbólica del objeto
de consumo, que se anuncia como un producto "más respetuoso que nunca", "limpio"
o "responsable".
Dejando de lado por un momento los espejismos publicitarios, vamos a centrarnos
en el impacto del modelo de movilidad privada vigente, concretamente, en las
consecuencias del tipo de uso de los vehículos privados. Todos y cada uno de los
coches disponibles actualmente en los mercados son contaminantes, aunque cada
vez tenga más fuerza en la escena de la comunicación publicitaria la existencia
de "coches ecológicos". La propia industria denomina de esta forma a los
vehículos cuyas emisiones están por debajo del límite máximo que establecerá la
futura normativa europea al respecto.
Todo coche emite, y contamina, con
independencia de que sus emisiones estén por debajo o por encima de dicho límite
y de lo que su discurso publicitario argumente. También en este punto debemos
recordar el tipo de energía utilizada: las refinerías de petróleo son una de las
actividades de la economía mundial que más contaminación ambiental producen.
Asimismo, las emisiones de cualquier vehículo privado por pasajero son mayores
que las de los transportes públicos. Por lo tanto, este tipo de mensajes, además
de ocultar lo que se encuentra detrás de los productos y los productores,
también son susceptibles de generar una gran confusión en la opinión pública.
Actualmente hablar de un "coche ecológico" es una incoherencia conceptual, dos
términos que se contradicen entre sí, un oxímoron.
El otro sector que nos gustaría destacar es el de la energía que, desde el
discurso publicitario, se presenta como cada vez más verde, más limpio y más
respetuoso. Entre los anunciantes de este sector el "lavado verde" parece
responder a las mismas necesidades empresariales, aunque las tácticas para ello
suelen ser diferentes. La más habitual, además del ocultamiento de información a
la opinión pública y la auto certificación ecológica de sus energías, es la de
sobredimensionar publicitariamente la proporción que de "limpia" tiene en
realidad toda la energía comercializada.
Por ejemplo, una multinacional de origen
español que produce algo más del 10 por ciento de su energía eólica o
minihidráulica pide al consumidor/a: "...pásate a la energía verde..." mientras
casi el 90 por ciento de su energía producida proviene de centrales nucleares,
térmicas y grandes hidroeléctricas. No estando las empresas obligadas a informar
a los consumidores/as sobre el origen de la energía que generan, anunciarse en
un código verde también lo entendemos como otra forma de "lavado" por partida
doble.
Recientemente otras dos multinacionales del sector energético han estrenado
sendas campañas publicitarias con argumentos comparables. La primera asegura en
un comunicado de prensa que su campaña transmite "una nueva filosofía que
trasciende lo meramente ecológico para alcanzar un valor superior: lo social". Y
su eslogan afirma que la empresa sigue un modelo productivo "para los hijos de
tus hijos". La segunda se apoya en un mensaje aún más ocurrente: "¿Cómo no vamos
a ser capaces de proteger lo que más nos importa? Inventemos el futuro". Ambos
ejemplos coinciden en utilizar la sostenibilidad como un valor de sus marcas. Lo
que entendemos como otro sinsentido publicitario, ya que se argumenta que lo que
más les importa a estos anunciantes es una sostenibilidad ambiental que ellos
mismos siguen poniendo en jaque a través de sus prácticas empleadas a lo largo
de las últimas décadas.
Mejorar la imagen sin cambiar los patrones productivos
La posibilidad de avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible deberá ir
asociada necesariamente a la transformación de los modelos de consumo y los
patrones de producción. Aunque más que de sostenibilidad en este caso hemos
hablado de cosmética, de un maquillaje verde que los expertos en Relaciones
Públicas y en comunicación empresarial intentan construir en la percepción de
las audiencias. A estas alturas no parece aventurado afirmar que las empresas de
estos sectores no están dispuestas, en realidad, a dejar de imponer valores
consumistas y asumir el decrecimiento como vía para la sostenibilidad del
modelo.
Hace tiempo que las multinacionales responsables de la degradación ambiental
descubrieron que el "lavado verde" podía mejorar sus cuentas de resultados y su
aprobación social. Por eso utilizan el discurso ecologista para mostrarse
preocupadas por el medio ambiente e intentar establecer marcos de alianzas y
cooperación con organizaciones sociales. En una sociedad en la que la
preocupación teórica sobre los problemas ambientales aumenta, este tipo de
publicidad supone la coartada idónea para persuadir a la masa consumidora de que
se puede contribuir a frenar la crisis ambiental consumiendo más, y sin
necesidad de cambiar sus hábitos.
Este artículo ha pretendido dejar en evidencia esta estrategia de imagen a
partir de la cual algunas empresas cuyos procesos productivos u objetos de
consumo generan un daño ambiental intentan transmitir nada menos que todo lo
contrario a través de sus pautas publicitarias. Y, de esta forma, ganar espacios
de visibilidad social positiva y persuadir con más facilidad para la compra de
sus productos. No es casualidad que este tipo de publicidad se concentre en
algunos sectores productivos; precisamente, en los sectores que más deterioro
ambiental generan. De esta manera, estos anunciantes persiguen el objetivo de
mercantilizar y rentabilizar la creciente preocupación social por la crisis
medioambiental...a la que ellos contribuyen a diario.
En los sectores que hemos analizado, la "ecología del mercado" sólo existe en
sus pautas publicitarias y en el color verde de sus logotipos y puntos de venta.
Llegados a este punto nos preguntamos: ¿son suficientes la Ley General de
Publicidad y los códigos de autorregulación publicitaria existentes? ¿No regular
este tipo de cuestiones supone dar por supuesta la ética a priori de los
anunciantes en todos los casos? ¿Es impensable la intervención de los organismos
públicos en esta cuestión? ¿O también será la mano invisible la que ajuste esta
disonancia?