Unos niños recogen la parte metálica de una pantalla, en Agbogbloshie, barrio de Accra, Ghana. No se protegen para manipular productos químicos como el mercurio o el plomo.
En el centro de Accra, la capital de Ghana, hay una “llanura desolada donde el cielo de repente es gris y no crece nada”. Es Agbogbloshie, uno de los vertederos ilegales de basura electrónica más grandes del mundo. Y así lo describe Jelena Bosnjakovic, una joven italiana que estuvo allí el pasado julio para realizar un trabajo académico sobre esta forma de contaminación moderna. “Hay personas, incluidos menores, que trabajan allí y queman todo el tiempo la basura para recuperar los materiales valiosos o los objetos que se podrían reutilizar. Viven de eso”, agrega esta recién licenciada.
Ese lugar infernal no es el único así existente en países en vías de desarrollo, tal y como aseguran informes y trabajos periodísticos. La mayoría de los residuos que se acumulan en estas áreas proceden ilegalmente de Estados Unidos, Europa y China. Muchos contienen materiales químicos peligrosos, sacados de las profundidades de la Tierra y utilizados en la fabricación de móviles y otros dispositivos. La contaminación derivada afecta al medio ambiente y a los habitantes de aquellos sitios: esos vertidos pueden dejar huellas en su sangre, según demuestra una serie de estudios científicos publicado en 2017 por investigadores de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. Los efectos para la salud de estas sustancias, advierten los especialistas consultados, aún están largamente desconocidos.
La pulsante carrera tecnológica global dejó en herencia solo en 2016 45 millones de toneladas métricas de basura electrónica, según el informe Global E-waste Monitor 2017, realizado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), el International Telecommunication Union (ITU) y el International Solid Waste Association (ISWA). Lo que equivale al peso de 4.500 torres Eiffel. El documento prevé además para los años que vienen un aumento de estos residuos: en el 2021 se superarán los 50 millones de toneladas métricas, según calculan los autores.
Hay diferencias abismales en la producción de basura electrónica entre las distintas regiones del mundo, según este informe. En 2016, en EE UU y Canadá cada habitante produjo en media unos 20 kg de estos residuos. En Hong Kong (China), de media se produjeron 19 kilográmos por persona. Los habitantes de los Estados miembros de la UE tiraron a la basura 17,7 kilográmos de productos tecnológicos cada uno. Por el otro lado, los 1.200 millones de habitantes del continente africano generaron cada uno en media 1,9 kilogramos de residuos electrónicos.
Problemas de reciclaje y tráficos ilegales
A principios de 2017, uno de cada tres países no tenía una legislación nacional en materia, según el informe de la UNU. “En muchas regiones de África, América Latina o el sur-este de Asia ni siquiera se reconoce la basura electrónica como tal”, afirma Vanessa Forti, una de las autoras del informe de la UNU.
En la UE sí hay una legislación estricta, explica la investigadora. Todos los países miembros deben establecer puntos de recogida y de procesamiento de los residuos, favorecer el diseño y la producción de aparatos reutilizables y ofrecer datos anuales sobre cuánta basura electrónica se genera y cuánta se recicla. Pero también en este caso queda trabajo por hacer. “Para muchos países es difícil desarrollar plantas eficientes. Reciclar algunos tipos de residuos y recuperar todos los materiales es caro”, explica Forti.
Esta situación hace que incluso en la UE se recicle menos de un 50% de la basura electrónica generada. La brecha se extiende si se consideran los datos a escala mundial. Según la UNU, el paradero de casi un 80% de los residuos electrónicos producidos en todo el mundo en 2016 quedó desconocido o no reportado.
También es un problema de definiciones. El Convenio de Basilea, firmado en 1989 por 186 países establece que existen residuos peligrosos, que no se pueden exportar como un producto comercial. Pero incluye también entre los objetivos principales para conseguir mayor sostenibilidad medioambiental la reutilización de los productos. El informe de la UNU explica que, por eso, en el caso de los residuos electrónicos la distinción entre si algo es basura o un objeto de segunda mano es “un debate de larga data”.
Forti afirma que esta indeterminación favorece tráficos ilegales de residuos electrónicos. “Se exportan bajo la etiqueta de reutilizables productos que en realidad no lo son. Uno de los métodos es hacerlos pasar como donaciones para países en vías de desarrollo, aunque cuando llegan a su destino no son utilizables”, asegura la investigadora. El proyecto de la Unión Europea Countering WEEE Illegal Trade calculó que solo en 2012 se exportaron de la UE de forma indocumentada 1,3 millones de toneladas de productos electrónicos desechados. De ellos, se estima que un 30% eran residuos inutilizables. Así se explica por qué parte de la basura electrónica producida en los países ricos acaba en lugares como Agbogbloshie.
Fuente: El País, 19 de noviembre del 2018