AUTOR:TIZIANA TROTTA
AMBIENTALISTA
Los domingos, en horario de misa, apenas se ve a gente pasear entre las infraviviendas de Mirera. La única excepción son unos niños con pajaritas más grandes que sus cabezas que juegan en las calles polvorientas, enfundados en las chaquetas de terciopelo de las grandes ocasiones a pesar del calor. Aunque se ubique a escasa distancia de los hoteles de lujo destinados a los turistas que visitan el lago Naivasha, a unas dos horas de Nairobi (Kenia), en el suburbio las carreteras son de arena y las familias a menudo tienen que compartir las escasas letrinas. Esto en el mejor de los casos. Los menos afortunados tendrán que conformarse con un agujero en el suelo o con los llamados "baños voladores" (excrementos encerrados en una bolsa y lanzados lejos, una práctica que se ve complicada por la prohibición de uso de envoltorios de plástico en vigor en el país).
"Nuestro objetivo inicial era buscar una solución para la correcta gestión de los excrementos humanos. Y queríamos hacerlo a través de un modelo empresarial sostenible. Empezamos implantando servicios en las casas, pero luego se nos ocurrió desarrollar un sistema para generar combustible a partir de las heces y atajar así otro problema, el del acceso a la energía limpia", cuenta Dickson Ochieng. Con sus 30 años recién cumplidos, lleva tres trabajando para Sanivation [un nombre que combina las palabras saneamiento e innovación en inglés]. Alardea de haber sido el primer empleado en Kenia de esta empresa social dedicada a mejorar la dignidad, la salud, el ambiente de comunidades que se urbanizan en África oriental a través de servicios de saneamiento limpios, sanos y eficientes. Hoy, la compañía cuenta con 40 asalariados y casi 400 letrinas secas implementadas en la provincia de Karagita, donde aumentan las zonas sin defecación al aire libre.
A Gladys, de 23 años, le toca compartir dos agujeros cavados en el suelo con otros 50 habitantes de Mirera. Le cuesta hablar del tema, un sujeto tabú para su entorno, pero admite cabizbaja que conoce las letrinas azules de Sanivation y le gustaría disponer de una. Sin embargo, lamenta, la decisión final no depende de ella, sino del propietario del terreno en el que vive. "Varios vecinos a veces han ido al baño por la noche, han caído dentro y se han herido. Estoy preocupada por la limpieza, los malos olores y tengo miedo a que mis hijos se puedan hacer daño, pero de momento es lo que hay".
Las familias que instalan la letrina seca en sus casas pagan una pequeña cuota de 200 chelines al mes (aproximadamente 1,65 euros) para que los empleados de Sanivation se encarguen de limpiar la bolsa séptica cada dos días y les entreguen contenedores vacíos (uno para las heces y otro para la orina) y arena. Los desechos recolectados se transportan a la planta de tratamiento. En la sede de la empresa, no se ve volar ni un mosquito. Una cinta delimita la zona roja, de acceso limitado. Este es el punto de partida del proceso, capaz de tratar una tonelada de heces por hora. Los excrementos se depositan en una especie de disco de metal, que usa la energía solar para cocerlos. De ahí pasan a otra maquinaria que los convierte en briquetas, que no huelen ni tienen la misma apariencia que las heces.
Las briquetas cuestan lo mismo que el carbón, pero queman durante más tiempo y producen menos dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero. La empresa calcula que por cada tonelada de producto vendida, se salvan 88 árboles, al mismo tiempo que se evita la contaminación de las fuentes de agua y se crea empleo local.
"La gente al principio era escéptica, pero lo que quiere es ahorrar y confía en nosotros. Desde que hemos empezado con este trabajo, el cólera y la diarrea han desaparecido del mapa de la provincia", sostiene orgulloso Ochieng. "Pero no podemos hacer todo esto nosotros solos y necesitamos el apoyo de las administraciones locales". Sanivation se propone exportar este modelo empresarial a la gestión de los campamentos de refugiados de África Oriental y beneficiar a más de un millón de personas en 2020.
COMBUSTIBLE LIMPIO PARA COCINAR
Tres cuartos de la población de Kenia usa biomasa para cocinar, mientras que un cuarto de los hogares urbanos emplea queroseno, según datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). El Gobierno está implementando un programa para llevar cinco millones de dispositivos mejorados para cocinar a la población y eliminar el queroseno antes de 2022.
"Es un país pionero en uso de energía limpia para cocinar, desde que en los ochenta se desarrollara la famosa jikokoa", explica Luis Munuera, de la dirección de Sostenibilidad, Tecnología y Prospectiva de la AIE. "Calculamos que el coste de cocinar una comida en Kenia con herramientas mejoradas es la mitad en comparación con el uso de biomasa tradicional y una quinta parte del queroseno, pero el coste inicial de estos dispositivos representa una barrera enorme".
A escala mundial, alrededor de 2.800 millones de personas no tienen acceso a energía limpia para cocinar, según un informe del Banco Mundial y de la AIE publicado el pasado mes de abril. Se trata casi de la misma cantidad registrada en el año 2000. "Es un proceso muy lento y tiene un fuerte impacto sobre la salud", señala Munuera: 2,8 millones de personas mueren cada año por contaminación de interior (por estufas, cocinas ineficientes…), sobre todo mujeres y niños. "No vale solo con inversiones, también hay que involucrar a la población (en especial a las mujeres), darle formación y crear incentivos, ya que recolectar madera es fuente de ingresos para muchas familias".
2.800 MILLONES DE PERSONAS SIN ENERGÍA LIMPIA PARA COCINAR
En la actualidad, aproximadamente 2.800 millones de personas no tienen acceso a combustible limpio para cocinar, aunque en las dos últimas décadas se han marcado avances importantes en los países en desarrollo y la cantidad de personas que cocinan con carbón y queroseno se ha reducido a más de la mitad.
En África subsahariana, casi el 80% de la población todavía cocina con biomasa sólida, un porcentaje que ha disminuido en apenas tres puntos desde 2000, mientras que unos 60 millones de personas (principalmente en Nigeria y Kenia) siguen usando queroseno.
En esta región, dos de cada tres personas no tienen acceso a la electricidad. Kenia, junto a otros países como Uganda y Ruanda, han marcado avances notables en los últimos años. "Los programas de electrificación han tenido bastante éxito en Kenia", explica Luis Munuera, de la dirección de Sostenibilidad, Tecnología y Prospectiva de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). "Además, tiene recursos renovables muy ricos incluyendo geotérmica en el valle del Rift, pero la sequía prolongada ha motivado que estén moviéndose hacia otras tecnologías".
1.060 millones de personas alrededor del mundo aún carecían de acceso a la electricidad en 2014, según un informe del Banco Mundial y de la AIE publicado el pasado mes de abril. El estudio alertaba de que de mantenerse el ritmo actual, en 2030 la tasa de electrificación solo será del 92% de la población. Y que para garantizar el acceso universal, habría que quintuplicar las inversiones.
"Dar acceso a la energía a todo el mundo supone un incremento de CO2 irrelevante, ya que se compensa a través de la cocina limpia", sostiene Munuera. Pero, para lograrlo, las inversiones por sí solas no bastan. Se necesitan también compromiso político y nuevas tecnologías.
¿Por qué algunos países lo consiguen y otros no? "Porque los programas están mejor diseñados, son más transparentes y se consigue involucrar al sector privado para conseguir más financiación", asegura el experto. "Sobre todo, triunfan las estrategias más holísticas, que aborden a la vez varios Objetivos de Desarrollo Sostenible e implican a toda la población, también a las mujeres".
Fuente: El País (España), 03 de Enero del 2018.