NACIONES UNIDAS — Más de la mitad de los océanos del mundo no le pertenecen a nadie y eso los convierte en un blanco fácil para la explotación. ‘La altamar tiene la mayor reserva de biodiversidad de todo el planeta. No podemos seguir sin reglas si nos preocupa proteger la biodiversidad y la vida marina’.
Ahora, varios países han tomado el primer paso para proteger los recursos en altamar. A fines de julio, después de dos años de conversaciones, los diplomáticos de las Naciones Unidas recomendaron abrir las negociaciones para un tratado que busca crear áreas marinas protegidas en las aguas ubicadas más allá de las jurisdicciones nacionales; con eso también se inició el debate sobre cuánto se debe proteger y cómo se aplicarán las reglas.
“En altamar está la mayor reserva de biodiversidad de todo el planeta”, dijo Peter Thomson, embajador de Fiji y presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en una entrevista después de las negociaciones. “No podemos seguir sin reglas si nos preocupa proteger la biodiversidad y la vida marina”.
Sin que exista un sistema internacional para regular toda la actividad humana en altamar, esas aguas internacionales son “zonas piratas”, dijo Thomson.
Sin embargo, es muy probable que esas aspiraciones enfrenten varias escaramuzas diplomáticas. Algunos países se resisten a la creación de un órgano rector que regule las zonas de altamar pues argumentan que ya existen organizaciones regionales y reglas que son suficientes. Los intereses comerciales también son poderosos.
Hay embarcaciones rusas y noruegas que practican la pesca de krill en altamar; las chinas y japonesas se dedican al atún. India y China exploran el lecho del mar de aguas internacionales en busca de minerales valiosos. Muchos países no quieren adoptar reglas nuevas que afecten sus proyectos.
Así que las negociaciones deben lidiar con cuestiones clave. ¿Cómo serán elegidas las áreas protegidas? ¿Qué tanto de los océanos será identificado como santuario? ¿Se prohibirá toda la extracción de recursos marinos en esas reservas o se permitirá algo de actividad humana? ¿Cómo será vigilada la aplicación de las protecciones?
Varios países, en particular los que tienen acuerdos con vecinos marinos sobre qué se permite hacer en las aguas internacionales que comparten, quieren que los organismos regionales de pesca determinen las áreas marinas protegidas en altamar. Otros afirman que es insuficiente que haya un grupo de órganos regionales —usualmente dominados por naciones más poderosas— porque el único acuerdo al que tienden a llegar es sobre las mínimas restricciones.
Las negociaciones para el tratado empezarían en algún momento de 2018. La Asamblea General de la ONU, con 193 miembros, tomará la decisión.
Ya se avistan las dificultades diplomáticas; el año pasado, por ejemplo, quedaron evidenciadas tras la creación del área marina protegida más grande en aguas internacionales, en el mar de Ross. Los países que pertenecen a la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos acordaron designar una zona de 1,55 millones de kilómetros cuadrados en la que las actividades humanas, como la pesca, están restringidas. Para lograrlo, tuvieron que trabajar durante meses para convencer a Moscú.
Las discusiones sobre las áreas protegidas también podrían significar una manera de resguardar las zonas contra los efectos más nocivos del cambio climático. Cada vez hay más evidencia de que establecer santuarios amplios y dejarlos intactos puede ayudar a los ecosistemas marinos y a las poblaciones costeras a lidiar con los efectos del cambio climático como el aumento en los niveles del mar, tormentas más intensas, cambios en la distribución de especies o la acidificación oceánica.
Crear áreas protegidas también permite que las especies vulnerables puedan procrear y migrar a otras zonas, incluidas aquellas en las que sí se permite la pesca.
La pesca en altamar, que generalmente se da con subsidios gubernamentales considerables, es una industria multimillonaria, sobre todo si se trata de especies de alto valor como el robalo patagónico o el atún de aleta azul que se sirven en restaurantes lujosos alrededor del mundo. Es probable que ponerle fin a la pesca en algunas zonas vulnerables de las aguas internacionales afecte a las embarcaciones bien financiadas y más grandes; y es menos probable que perjudique a pescadores que no tienen los recursos para trabajar en altamar, dijo Cal Gustaf Lunidn, director del programa global marino de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
De hecho, Lundin dijo que las reservas marinas podrían ayudar a restaurar los acervos cada vez menores de peces. Y es que la pesca en altamar ya no es tan productiva como antes. “No vale la pena el esfuerzo”, dijo. “Ya agotamos la mayoría de las presas”.
Por el momento hay una parte pequeña pero en aumento del océano que está apartada a modo de reserva. La mayoría han sido designadas por países individuales, como la del mar de Ross; la más reciente es Marae Moana cerca de las islas Cook en el Pacífico.
Un tratado, si es que entra en vigor, podría apuntalar esos esfuerzos de reservas. Quienes abogan por el pacto quieren que el 30 por ciento de la altamar sea apartado como reserva, mientras que los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas —los cuales ya fueron avalados por los países miembro— prevén proteger al menos 10 por ciento de las aguas internacionales.
¿Por qué es necesario un tratado así? En la actualidad, varios acuerdos regionales y leyes internacionales son los que rigen qué se permite hacer en aguas internacionales. Los países del Atlántico Norte, por ejemplo, deben llegar a un consenso sobre qué está permitido en los mares de su región, mientras que la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos regula lo que está permitido en el lecho de las aguas internacionales, pero no más allá.
Esa mescolanza, según los conservacionistas, ha permitido que las zonas de altamar puedan ser saqueadas: la aplicación de las regulaciones es débil. Elizabeth Wilson, directora de proyectos en Pew Charitable Trusts, escribió en un ensayo reciente: “Hace falta la coordinación para proteger y conservar la inmensa pero frágil biodiversidad”.
Fuente: The New York Times (28 de Agosto del 2017)