¿Terminó el crecimiento?



DESAYUNANDO CON KRUGMAN
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

 

La mayor parte del análisis económico que se lee en la prensa se enfoca en el corto plazo: los efectos del “abismo fiscal” sobre la recuperación de la economía estadounidense, las tensiones a las que se ve sometido el euro y el último intento de Japón de salir de la deflación. Esta atención es comprensible, dado que una depresión mundial puede arruinarnos el día. Claro que nuestros apuros coyunturales se acabarán con el tiempo, ¿pero qué sabemos de las perspectivas para una prosperidad a largo plazo?

La respuesta: menos de lo que pensamos. Las proyecciones a largo plazo realizadas por agencias oficiales, como la Oficina del Presupuesto del Congreso, por lo general hacen dos importantes supuestos. Uno es que el crecimiento económico a lo largo de las próximas décadas se parecerá al crecimiento de las últimas décadas. En particular, se prevé que la productividad —el principal impulsor del crecimiento— aumente a una tasa no muy diferente del promedio que ha registrado desde la década de 1970. No obstante, estas proyecciones por lo general asumen que la desigualdad de ingresos, que se disparó a lo largo de las tres últimas décadas, solo aumentará con moderación en el futuro.

No resulta difícil entender por qué las agencias hacen estos supuestos. Teniendo en cuenta lo poco que sabemos sobre el crecimiento a largo plazo, asumir simplemente que el futuro se parecerá al pasado es una hipótesis natural. Por otra parte, si la desigualdad de ingresos sigue aumentando vertiginosamente, estamos ante un futuro antiutópico, en el que se producirá una lucha de clases, y esto no es algo que las agencias gubernamentales quieran plantearse.

Pero es muy probable que esta opinión general se equivoque en uno o en ambos supuestos. Recientemente, Robert Gordon, de la Northwestern University, provocó un revuelo al sostener que es probable que el crecimiento económico disminuya drásticamente y, de hecho, es muy posible que la época de crecimiento que se inició en el siglo XVIII esté llegando a su fin.
Este analista señala que el crecimiento económico a largo plazo no ha sido un proceso continuo: ha sido impulsado por varias “revoluciones industriales” específicas, cada una de las cuales estaba basada en un conjunto particular de tecnologías. La primera, basada en gran medida en el motor de vapor, impulsó el crecimiento a finales del siglo XVIII y a principios del XIX. La segunda, que en gran parte resultó posible gracias a la aplicación de la ciencia a tecnologías como la electrificación, la combustión interna y la ingeniería química, empezó en torno a 1870 e impulsó el crecimiento hasta la década de 1960. La tercera, centrada en la tecnología de la información, define nuestra época actual.

Y como indica Gordon correctamente, los beneficios, hasta ahora, de la tercera revolución industrial, aunque son reales, han sido mucho menos importantes que los de la segunda. Por ejemplo, la electrificación fue un invento mucho más importante que Internet.

Es una tesis interesante y un contrapeso útil frente a la glorificación de la última tecnología. Y aunque no creo que tenga razón, la forma en la que probablemente se equivoca tiene implicaciones igual de destructivas para la opinión general. El argumento en contra del “tecno-pesimismo” de Gordon reside en gran parte en la suposición de que los grandes beneficios de la tecnología de la información, que solo acaban de empezar, provendrán del desarrollo de máquinas inteligentes.

Si usted está al tanto del tema, sabe que el campo de la inteligencia artificial lleva décadas rindiendo por debajo de sus posibilidades, lo cual es frustrante, ya que a las computadoras les resulta increíblemente difícil hacer cosas que a todos los seres humanos les parecen fáciles, como entender palabras normales y corrientes o reconocer objetos diferentes en una foto. Sin embargo, parece que últimamente se han derribado las barreras y no porque hayamos aprendido a reproducir el entendimiento humano, sino porque las computadoras pueden ofrecer hoy día resultados aparentemente inteligentes mediante la búsqueda de patrones en enormes bases de datos.

Es cierto que el reconocimiento del lenguaje todavía no es perfecto, pero es mucho mejor de lo que era hace solo unos años y ya se ha convertido en una herramienta tremendamente útil. El reconocimiento de objetos está un poco rezagado: todavía genera emoción el hecho de que una red de computadoras alimentada con imágenes de YouTube aprendiese espontáneamente a identificar a los gatos. Pero no hay un gran trecho desde esto hasta un sinfín de aplicaciones económicamente importantes.

En suma, puede que las máquinas estén listas dentro de poco para realizar tareas que actualmente requieren una gran cantidad de trabajo humano. Esto se traducirá en un rápido aumento de la productividad y, por tanto, en un alto crecimiento económico.

Pero —y esta es la pregunta fundamental— ¿quién se beneficiará de ese crecimiento? Por desgracia, es muy fácil sustentar el argumento de que la mayoría de los estadounidenses se quedará atrás, porque las máquinas inteligentes acabarán depreciando el aporte de los trabajadores, incluidos aquellos calificados cuyas habilidades se volverán superfluas. El punto es que existen buenas razones para pensar que la opinión general reflejada en las proyecciones presupuestarias a largo plazo —que determinan todos los aspectos de la actual discusión política— es totalmente errónea.
Entonces, ¿cuáles son las implicancias que esta visión alternativa tendría sobre la política económica? Bueno, tendré que tocar este tema en una futura columna.

Fuente: Diario Gestión (02 de Enero de 2013)