Año nuevo: complacencia versus innovación

 

Javier Portocarrero

Director Ejecutivo CES

 

El 2012 fue un buen año para la economía peruana, a pesar de la recesión europea, el enfriamiento americano y la desaceleración china. En la arena política transitamos hacia una mayor estabilidad, con un gabinete que logró sortear el voluble mes de diciembre. El 2013 empieza bien para nuestro país, con China acelerando su crecimiento, buenos precios de los metales, y una demanda interna boyante. Por eso mismo, ahora es el momento de no dormirnos sobre nuestros laureles.

Nuestro crecimiento y reducción de la pobreza, en la última década, han sido –sin duda- espectaculares. Sin embargo, el desafío es evitar la trampa de los países de ingreso medio y sostener nuestro crecimiento en el largo plazo. El boom de los commodities y el ingreso masivo de capitales pueden generar burbujas de activos y presiones apreciatorias sobre el tipo de cambio, que dificulten la diversificación de nuestras exportaciones.

Según el Foro Económico Mundial, la competitividad de los países pasa por tres fases: una primera basada en la abundancia o bajo costo de os factores de producción; una intermedia donde es la eficiencia de la fuerza que impulsa la conquista demás mercados; y una tercera en la cual la innovación es la clave del éxito. Los países desarrollados han llegado a esta tercera etapa, donde las empresas incrementan la productividad mediante constantes mejoras en los procesos de producción y en los productos. En el Perú nos encontramos en la segunda fase. Nuestra historia nos muestra demasiados episodios en los que, luego de un ciclo de bonanza exportadora, sobreviene el estancamiento. Para hacer una diferencia, ahora hay que invertir en modernizar nuestro rezagado sistema de ciencia, tecnología e innovación.

Nuestro gasto en investigación y desarrollo es ínfimo, nuestros indicadores de producción científica son penosos, y la mayoría de nuestros estudiantes no entienden lo que leen, ni son capaces de realizar operaciones matemáticas sencillas.

A la vez, varias universidades públicas muestran un déficit de capacidades y un exceso de politización, mientras que algunas universidades privadas no existirían con un sistema de acreditación más exigente. Ha llegado la hora de un esfuerzo coordinado entre Estado, empresa y academia para cimentar nuestra transición hacia la prosperidad.

 

Publicado en Gestión el 8 de enero del 2013