LA GRASA DE LA DIETA Y EL CÁNCER
DE MAMA
Por Maite Zudaire
En el ámbito europeo, se ha diseñado el estudio EPIC (European Prospective
Investigation into Cancer and Nutrition) para investigar las relaciones entre la
dieta, el estado nutricional, el estilo de vida y los factores ambientales y la
incidencia de cáncer y otras enfermedades crónicas. Una de las claves que
trasladan desde EPIC es que el sobrepeso y el escaso ejercicio físico aumentan
la actividad del cáncer de mama después de la menopausia. En términos generales,
y como medida preventiva, a día de hoy sirve el mensaje que el Colegio Americano
de Medicina Preventiva emitió hace años, respaldado por las más recientes
evidencias científicas: "Ingerimos demasiadas calorías, consumimos las grasas
equivocadas y no hacemos el ejercicio físico suficiente".
Lípidos y cáncer de mama
El elevado número de casos de cáncer de mama hace que las investigaciones se
centren en el estudio de los factores que pueden frenar su incidencia. Se
investiga el papel de distintos nutrientes como promotores y protectores de este
tipo de cáncer. Las principales líneas de investigación se centran en tres
factores claves: la obesidad, la calidad de las grasas y el alcohol.
En relación al consumo de grasa y el riesgo de sufrir cáncer de mama, es más
importante el tipo de grasa que la cantidad total ingerida
Numerosos estudios experimentales y epidemiológicos han puesto de manifiesto la
relación entre los lípidos de la dieta y el cáncer de mama, aunque los estudios
epidemiológicos son menos numerosos y sus resultados, controvertidos. Se admite
que las dietas hiperlipídicas (excesivas en grasa) son promotoras del cáncer de
mama, aunque está demostrado que dietas con una misma cantidad de energía y
contenido graso total difieren en su capacidad estimuladora según su composición
en ácidos grasos. En relación al consumo de grasa y el riesgo de sufrir cáncer
de mama, es más importante el tipo de grasa que la cantidad total ingerida.
El Grupo multidisciplinario para el estudio del cáncer de mama de la Universidad
de Barcelona ha publicado una revisión centrada en los estudios experimentales
llevados a cabo en relación a la influencia de la grasa en esta enfermedad
curable. En este aspecto, ha quedado demostrado que el tipo y la cantidad de
grasa ingerida, así como el momento de su administración, juegan un papel
importante en la promoción de la carcinogénesis mamaria, e incluso, en su
iniciación y en la limitación de su crecimiento.
Aceite de oliva virgen extra, siempre en la despensa
Estudios epidemiológicos han demostrado que la incidencia de cáncer de mama en
los países europeos de la zona mediterránea, donde el consumo de aceite de oliva
es elevado, es inferior a la de la mayoría de los países del norte de Europa y
América. Aunque en los estudios experimentales se detecta desde una ausencia de
efecto promotor del ácido oleico monoinsaturado (abundante en el aceite de
oliva) a un débil efecto protector del cáncer de mama, las investigaciones
apuntan a otros componentes bioactivos del aceite de oliva con efectos
quimiopreventivos (antioxidantes como vitamina E, escualeno, etc). La cantidad
de estos compuestos es mayor en el aceite de oliva virgen extra.
Más pescado azul
Los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga de la serie omega-3 (EPA o
ácido eicopentaenoico y DHA o ácido docosahexaenoico) presentes en el pescado
azul (sardina, anchoa o boquerón, caballa o verdel, chicharro, bonito, atún o
salmón) y los sintetizados en el organismo a partir del ácido alfa-linolénico
(nueces, aceite de canola, soja) serían inhibidores del crecimiento tumoral
mamario. El consejo dietético es llevadero y se traduce en comer más pescado
azul (al menos dos veces por semana) y un puñado de nueces al día.
Grasas y aceites no protectores
Entre los ácidos grasos promotores de la carcinogénesis se halla el ácido
linoleico (ácido graso poliinsaturado de la serie omega-6) presente en aceites
vegetales como los de maíz y girasol. Esto no significa que el consumo moderado
de estos aceites sea contraproducente, sino que no serán los aceites de consumo
preferente o de uso exclusivo en el ámbito doméstico y se combinarán con el de
oliva, que será el de primera elección. Las grasas saturadas de procedencia
animal también son promotoras, según apuntan las investigaciones.
El Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, en sus objetivos de
prevención de la enfermedad por medio de la nutrición, estima que una reducción
del consumo de grasas de 160 g/día a 100 g/día y un aumento del consumo de fibra
de 20 g/día a 30 g/día en la población americana podría reducir la mortalidad
por cáncer entre un 10% y un 15%.
Pequeños gestos como sustituir las carnes rojas grasas como entrecot (12 g
grasa/100 g), cordero (15-20 g grasa/100 g), costilla de ternera (6,6 g
grasa/100 g) o costillas o chuletas de cerdo (15-23 g grasa/100 g) por carnes
blancas como la pechuga de pavo y de pollo (3 g de grasa/100 g); la leche entera
(3,6 g/100 g) por desnatada (0,2 g/100 g) o por bebida de avena (0,7 g/100 ml);
el queso curado (30-40 g/100 g) por yogures desnatados (0,3 g/100 g) y quesos
frescos (15 g/100 g), y los embutidos (35-50 g/100 g) por jamón serrano magro
(8,4 g/100 g) da grandes resultados en la reducción de la grasa saturada de la
dieta diaria.
CÓDIGO EUROPEO CONTRA EL CÁNCER
El Código Europeo contra el Cáncer contiene 11 recomendaciones. El seguimiento
de las mismas puede reducir, en muchos casos, la incidencia y la mortalidad
causada por esta enfermedad. Entre los consejos dietéticos y de estilo de vida
se incluyen: evitar la obesidad, hacer ejercicio físico a diario y aumentar el
consumo diario y la variedad de hortalizas y frutas, además de limitar el
consumo de alimentos que contengan grasas de origen animal. Tres consejos que
además de servir para prevenir el desarrollo de cáncer en general son acciones
protectoras frente al cáncer de mama.
Fuente: www.consumer.es